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El alto el fuego entre Israel y Hamás anunciado la tarde del miércoles pendía ayer de un hilo después de que el Gobierno israelí pospusiera su aprobación, alegando que la otra parte incumplía lo pactado. Mientras, su ejército continuaba bombardeando intensamente la Franja de Gaza, causando más de 70 muertos, que se suman a los casi 50.000 registrados durante los 14 meses de ofensiva militar después de la masacre perpetrada por Hamás el 7 de octubre de 2023, cuando asaltó la frontera con Israel y asesinó a unas 1.200 personas, la gran mayoría civiles, y secuestró a otras 250 que asistían a un festival musical. La respuesta militar hebrea ha arrasado la Franja de Gaza, atacando sin miramientos viviendas, hospitales, escuelas y todo tipo de equipamientos e impidiendo o restringiendo al máximo la llegada de la ayuda humanitaria. Lo peor es que no hay ninguna esperanza de que un alto el fuego pueda ser el inicio de una paz duradera y de una futura convivencia pacífica entre judíos y palestinos, sino lo contrario. Todo indica que tan solo será una nueva pausa en los recurrentes conflictos bélicos que han jalonado las últimas ocho décadas desde la creación del estado israelí en mayo de 1948, en aplicación de la resolución de Naciones Unidas que dividía en dos el territorio de Palestina, entonces bajo administración británica. Los acuerdos de Oslo, firmados entre 1993 y 1995 y que preveían la creación de un estado palestino que conviviría con el israelí, fueron quizás la única oportunidad para acabar con esta espiral, pero los radicales de ambos bandos hicieron todo lo posible, y con gran éxito, para que no se llevaran a la práctica. Así se ha llegado a la situación actual, en la que Israel ha convertido la Franja de Gaza y Cisjordania en guetos que dependen totalmente de la ayuda humanitaria para subsistir, lo que a su vez ha propiciado la radicalización de los palestinos hasta el punto de que una organización como Hamás, considerada terrorista por un número significativo de países, es ahora la más representativa. Y mientras, la comunidad internacional, con EEUU a la cabeza, da manga ancha a Israel para hacer lo que le plazca, como ha quedado patente una vez más. 

El Turó de la Seu Vella

Lleida lleva desde hace unos años planteando la posibilidad de que el conjunto del Turó de la Seu Vella pueda optar a ser declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco, pero no se ha concretado una candidatura, ni individual ni con otros monumentos. Para lograrlo, sería bueno que todas las administraciones impulsaran de una vez una actuación coordinada y dotada de financiación para varios años para restaurar su muralla primero y, después, garantizaran fondos para su mantenimiento.

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