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Aparte de los récords deportivos, hay otros que han quedado en nuestra retina y que tienen que ver con los valores de los participantes, con aquello que representa lo esencial de su condición humana y que ojalá rebasen los límites del espacio y del tiempo para quedarse en lo intemporal y permanente.

Un salto de altura en la escala de valores

El salto que Mutaz Barshim y Gianmarco libraron en Tokio no fue un simple salto olímpico, todos guardaremos en nuestra carpeta retiniana las imágenes de ambos deportistas en el momento en que, después de saltar 2,37 metros y teniendo la posibilidad de realizar un nuevo intento para desempatar, deciden no seguir competiendo y evitar que hubiera vencedor y vencido. Lo que allí ocurrió rebasa estrictamente la métrica de lo deportivo para pasar a formar parte de la más noble historia de los valores humanos. Atrás quedaba una competencia extenuante entre ambos y la decisión poco habitual entre competidores de compartir la gloria, una gloria que con su decisión no pasó a dividirse entre ambos, sino que se multiplicó y aumentó con ello la épica de su decisión y de la condición humana, ya que gestos como estos nos representan mucho más que otros menos nobles que llenan a diario los noticieros de la mayoría de los informativos.

. Lo único grave de una caída es no saber levantarse

En el deporte y en cualquier empresa que acometamos, lo más duro no es caerse, lo que sí nos puede dejar huella es no saber levantarnos, caer en un intento no tiene por qué significar acabar en fracaso. Al caer, puede que perdamos nuestra autoconfianza o lo que es lo mismo, la confianza en nosotros mismos, para llevar a cabo aquel proyecto que nos ha llevado a un fracaso puntual e incluso que debamos reconsiderar la posibilidad de que aquel no sea un proyecto a nuestro alcance y que debamos cambiar nuestros objetivos. Lo que nunca deberá ocurrir ante una caída es que perdamos nuestra autoestima, ya que, si la autoconfianza tiene que ver con la pérdida de confianza ante reto concreto, perder la autoestima significaría perder la confianza global en nosotros mismos y eso sería más grave, pues afectaría a cualquier otro proyecto.

Cuando Sifan Hassan en una de las series de clasificación para la final de los 1.500 metros, y pasados apenas unos segundos de la salida, es tocada por la keniana Edina Jebitok acabando ambas en el suelo, Sifan se levantó, prosiguió y consiguió alcanzar al grupo entrando la primera. Sifan mantuvo íntegra su autoconfianza. .

La cultura del esfuerzo

Si en algo, por encima de todo, son un ejemplo los deportistas olímpicos, es en su capacidad para entregarse y esforzarse al máximo hasta conseguir sus objetivos. En una sociedad como la actual, en la que en muchas ocasiones no reparamos en las horas que hay detrás de un trabajo bien hecho o que lanzamos la toalla cuando nuestros resultados no se ajustan a las expectativas y en la que debemos educar a nuestros hijos a cultivar el esfuerzo si quieren alcanzar sus propias metas, en esta sociedad, los deportistas olímpicos son un excelente ejemplo y referentes de cómo no hay éxito sin esfuerzo. Sin él no hubiera sido posible que Juan Carlos Navarro tuviera presencia en cinco olimpiadas o que el atleta Chuso García Bragado en Tokio completara sus octavos Juegos Olímpicos.

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