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Xemi conduce el balón perseguido por dos rivales en el primer tiempo.

Xemi conduce el balón perseguido por dos rivales en el primer tiempo.JORDI ECHEVARRIA

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Existe en el fútbol una máxima que siempre se cumple, o casi siempre para no ser exagerados y dejar margen a la excepción, que reza que los equipos son un reflejo del cáracter y la manera de ser de su entrenador. El Lleida Esportiu, independientemente de sus resultados, también la cumple. Repasemos. Con el añorado y recordado Emili Vicente fue trabajador y humilde; con Toni Seligrat, sólido y efectivo; con Imanol Idiakez, elegante y, al final, desafortunado; con Siviero, sufrido y superviviente; con Albadalejo, irregular y sorprendente para lo bueno y para lo malo; con Oliva, triste y apático hasta la depresión; y con Molo, guerrero y ambicioso.

Ayer, el Lleida no pudo pasar del empate tras un buen inicio y un discreto final pero consiguió mantener la primera posición. Algo que, como dice el técnico, no es ahora mismo algo con lo que obsesionarse, pero que, sin duda, ayuda porque el liderato imprime carácter. Pero el Lleida, y a eso vamos, gane, empate o pierda –porque algún día perderá– muerde en el campo como mordía su entrenador cuando se enfundaba la camiseta azul. Y en ese mimetismo va a radicar buena parte del éxito de la temporada.

En esto y en la fortuna, de la que de momento va servido el equipo, y en el margen de mejora que aún le falta, especialmente para poder desatascar partidos como el de ayer, con un rival tan defensivo. Pero bueno, de momento el equipo está allí y sus rivales ya lo saben.

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