LA CONTRACRÓNICA
¿Quién dijo que el 2021 sería mejor?
Hace apenas unas semanas, durante los preparativos de las Navidades más atípicas de la historia, cuando nos explicaban que no era prudente reunirnos con nuestros seres queridos, antes de explicarnos que, en cambio, el 14 de febrero sí que podríamos ir a votar masivamente, todo el mundo se alegraba de dejar atrás un 2020 fatídico, que nos cambió la vida a todos los que el coronavirus no se ha llevado por delante. Dábamos por hecho que el 2021 iba a ser mejor. Vana ilusión.
Este fin de semana, la Federación Catalana de Fútbol (FCF) había programado el regreso de la Primera división Catalana, en la que compiten seis equipos leridanos. Ninguno de ellos ha jugado. Los jugadores y los entrenadores tienen ganas de volver a jugar. Por supuesto. Como yo tengo ganas de recuperar las cosas sencillas que podía hacer antes de marzo de 2020, mientras planeaba mi enésimo viaje a Irlanda.
Me apetece ir a cenar con mi familia y con mis amigos. Me apetece viajar cuando tengo fiesta un fin de semana. Me apetece ir a un concierto a mis salas favoritas. Pero no puedo hacerlo. Cuando nos despertamos cada mañana, el coronavirus sigue ahí, aunque algunos estúpidos digan que es un montaje y se muestran contrarios a la vacuna. Los montajes, en Catalunya y en España, hay que buscarlos en otros sitios.
No puedo hacer muchas cosas que me gustan y no hacerlas, básicamente, depende de mi propia responsabilidad. También quiero que vuelvan las competiciones. Pero si en el deporte profesional, con test PCR a montones, salen casos cada semana –y no hay que ir muy lejos para encontrar equipos confinados–, ¡qué puede llegar a pasar en el deporte amateur!. Los clubes no pueden pagar los test, no tienen público, no tienen ingresos y no tienen ayudas. ¿Quien asumirá la responsabilidad si hay un contagio masivo en un campo?
Al menos en la Tercera Aragonesa ha vuelto el público. ¿Por qué no en un recinto grande, como el Camp d’Esports? Y si vamos a votar ¿tampoco vale?