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El siempre añorado Mané solía decir en público que prefería a ocho jugadores que marcasen un gol cada uno que a uno solo que marcase ocho, pero, ya en privado, añadía que a ese, el de los ocho goles, tampoco le haría ascos. Pues eso es lo que le está pasando a este Lleida. Es un equipo trabajado, con técnico y proyecto, pero no tiene, o le falta, para ser más preciso, gol. Esa carencia, y un mal partido, que también hay que decirlo, le llevó a conocer la derrota, la primera por otra parte del campeonato, en el Nou Congost ante un Manresa que se llevó los tres puntos aplicando el manual de la categoría: a pelota parada. Un córner mal defendido, 1-0 y regreso de vacío al Camp d’Esports. Tampoco pasa nada. Algún día, es verdad que cuanto más lejano en el calendario, mejor, se tenía que perder. Pero acogiéndonos al tópico. Ni antes, cuando se estaba invicto en todos los frentes, el Lleida era tan bueno, ni ahora, que encadena dos derrotas consecutivas, en la Copa Federación y en la Liga, tan malo. Y por cierto, déjenme que les diga una cosa. Aunque la Segunda RFEF sea semiprofesional no es de recibo alegar cansancio por jugar tres partidos en una semana en jugadores que viven únicamente por y para el fútbol. Es más dolorosa la derrota del miércoles ante el Sant Andreu que la de ayer porque se cerró el grifo a un posible ingreso económico.

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