TRIBUNA
O ellos, o nosotros
diputada y presidenta del pp de lleida
Debió de ser otra cosa, pero fue como fue. Había que dar una lección a quienes convierten su odio en bombas, cuchillos y furgonetas desbocadas porque ni saben ni quieren vivir en libertad –desconocen el significado de la palabra– y quieren imponernos a todos sus principios inaceptables con el terror como arma.
Se trataba de eso, pero no supimos hacerlo. Las pancartas, las banderas de unos y otros y los dedos que señalaban a supuestos culpables e identificaban teóricas causas atenuaron el grito que se había oído nítido, sobrecogedor y categórico en Londres, París, Bruselas o Nueva York. Ese grito que, también, se oía aquí cuando los asesinos eran otros, las circunstancias eran distintas y las banderas importaban menos que las personas. Pero fue como fue, y ya no podemos cambiarlo.
Con la perspectiva que dan los días y lo vivido en aquella tarde de sábado, me siento ahora delante de la cuartilla solo con una cosa clara: que aquí no hay más culpables que los terroristas. No hay idea, principio o afrenta que justifique barbaridades como las cometidas ahora en Barcelona y Cambrils o antes en Londres, París, Berlín, Bruselas o Estambul. Los asesinos son el imán de Ripoll, los hermanos Oukabir y sus secuaces. Hay que combatirlos y todo lo demás, sobra. Quizá la Policía pudo hacer más, quizá entre todos deberíamos haber sabido detectar a tiempo lo que se cocía en Ripoll y quizá, también, los políticos podríamos haber impulsado medidas para impedir la entrada a nuestro país de determinados individuos. Seguramente podríamos haber hecho todo eso, pero ni siquiera así habríamos podido evitar la barbarie. Y no habríamos podido porque, mal que nos pese, para cometer atentados como los del día 17 solo hacen falta dos cosas: odio y desprecio hasta por la propia vida. Las bombonas de butano pueden comprarse fácilmente, los cuchillos están al alcance de cualquiera y alquilar una furgoneta es tan sencillo como comprar un ejemplar de este diario. Y siendo esta nuestra una sociedad libre como es, nada podemos hacer para impedir que los dementes cargados de odio y desprecio que desgraciadamente conviven con nosotros conviertan su frustración en arma contra los demás. Los enemigos de la libertad no son ya organizaciones de estructura jerárquica y con líderes y refugios conocidos como eran los grupos terroristas que operaban antaño en Europa. Combatirlos era más sencillo e identificar –y hasta llegar a entender, aunque nunca compartir– su retorcida ideología era posible, pero ahora buscar culpables, querer identificar causas y analizar motivaciones es absurdo y hasta mezquino. Cuando se intenta, es siempre con intereses espurios y sin más objetivo que emplear la desgracia que nos azota a todos contra el adversario olvidando que el adversario es también víctima porque forma parte de la sociedad libre que los enemigos de todos quieren destruir. Y esos enemigos que nos acechan a todos son los únicos culpables de los atentados: los terroristas. Que nadie lo olvide. Por eso, nuestro Presidente, Mariano Rajoy, se reunirá en Madrid este mes de octubre con el resto de líderes europeos para coordinar políticas de inmigración, articular marcos de colaboración entre las diferentes fuerzas de seguridad y servicios de inteligencia del continente para identificar a potenciales terroristas –o formadores de los mismos– y neutralizarlos antes de que sea demasiado tarde.
La seguridad es un derecho que tenemos todos los demócratas y tras el 17-A, con sus luces y sus sombras, es obligatorio olvidar el buenismo y poner sobre la mesa, como hace Rajoy, medidas concretas que pueden frenar esta escalada de odio. Hay que replantear ese liberalismo multicultural que lleva años instalado en países que, como el nuestro, han sufrido ataques terroristas. Hay que hacerlo revisando, por ejemplo, los subsidios en favor de la integración porque al final, uno se pregunta ¿hasta qué punto le corresponde a cualquier gobierno destinar fondos públicos para la integración de los inmigrantes? Ahí lo dejo porque, todos –da igual a quién votemos, qué pensemos y cómo vivamos o eduquemos a nuestros hijos– estamos en el punto de mira. Son ellos o nosotros y ellos lo tienen muy claro.