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N-230, donde nos jugamos el futuro

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Fue Pascual Madoz quien trazó la vía que hoy conocemos como N-230. En aquel tiempo sostuvo y argumentó que, el paso por la Val d’Aran, era el trazado más adecuado frente al del Valle d’Aura que hubiera decantado el paso fronterizo hacia un trazado íntegramente aragonés. El túnel de Vielha, cuya construcción finalizó en 1949, era a principios del siglo pasado el gran reto para comunicar la Val d’Aran con el resto del Estado.

En aquel tiempo el proyecto, que inspiraba las muchas e insistentes reivindicaciones de los alcaldes de las primeras décadas del siglo pasado, era el ferrocarril diseñado por el ingeniero francés Rubière. Un siglo después, la N-230 se ha convertido en una arteria que vertebra un amplio territorio entre las provincias de Huesca y Lleida. Un Norte remoto que tiene como icono el largo túnel de Vielha antes de cruzar la frontera francesa.

El siglo XXI es sin duda el siglo de la movilidad, mercancías y personas se mueven constantemente en grandes flujos, y podríamos decir que la obsesión ha sido facilitar esos movimientos en favor de la economía globalizadora. Frecuentemente, el fin ha justificado los medios en el diseño y la construcción de las infraestructuras, sin tener en cuenta que, además de comunicar, esas infraestructuras vertebran o desvertebran un territorio. Es decir, puede favorecer las poblaciones locales y sus dinámicas socioeconómicas o destruirlas en aras de la velocidad y comodidad de los que sólo pasan por ese territorio. El dilema se resuelve con equilibrios en la definición y mitigación de los impactos de estas infraestructuras, ya sean de carácter ambiental o social. Éste es hoy el debate fundamental ante la propuesta de mejora de la N-230 del Ministerio de Fomento entre Sopeira y la frontera con Francia. Un debate sobre los intereses que debe servir esta carretera y sobre qué criterios se fundamenta el diseño de estas mejoras. Es obvia la necesaria mejora de la seguridad y adecuación de la vía ante el aumento significativo del tráfico pesado. Ahora bien, aquí surge la pregunta clave: ¿pueden nuestros valles soportar un número indeterminado de camiones sin romper los límites ambientales y paisajísticos, sin poner gravemente en riesgo su economía? Esta pregunta es clave para nuestro futuro. La N-230 no puede ser únicamente una vía rápida para unir Lleida y Toulouse, sino que debe ser un eje vertebrador de un espacio único y tan singular como son la Ribagorza y la Val d’Aran. Para ello, el Ministerio debe atender las alegaciones de los Ayuntamientos y los ciudadanos que vivimos y queremos seguir viviendo en estas montañas. Y sin más demora debemos empezar a debatir con sensatez sobre como compaginar las mejoras y la sostenibilidad de nuestros valles.

Y en ese debate de futuro nos vendrá bien recuperar algunas ideas planteadas hace un siglo, que quizás no estén tan alejadas en sus fundamentos y rescatar la idea de articular un paso de ferrocarril por el Pirineo Central que resuelva el impacto de la circulación de las mercancías por zonas de gran fragilidad ambiental.

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