De la verbena al botellón. La noche de tres generaciones de leridanos
odos los fines de semana centenares de jóvenes de Lleida quedan en Els Vins y en la zona de Ricard Viñes. Los pubs, esos pequeños locales con encanto en los que no hace falta pagar para entrar, se han convertido en el punto de encuentro. El único inconveniente es que cierran “demasiado pronto”, entre las 3.00 y 4.00 horas. La oferta es muy variada en estilos musicales, ambientes y, sobre todo, edades. Mientras que los más mayores prefieren El Negre, Jimbo&Rombos, Maracas y Baba Room, situados en la calle Bonaire; los adolescentes se decantan por Traganits, JägerBar, Bitch Club o Swag, la mayoría en la calle Teuleries, y el Trivial, un club más roquero situado en la calle Panera.
Ester Cunillera, estudiante universitaria, atribuye la popularidad de estos locales al hecho de que “suponen un ahorro para el bolsillo porque las consumiciones son más baratas”. En los pubs y discotecas los cubatas rondan entre los seis y los diez euros, dependiendo del tipo de alcohol. No obstante, la bebida más solicitada en los pubs es la cerveza (unos dos euros). Para los menores de edad, la opción más económica es el botellón. Según Adrià, de 17 años, beben “sobre todo vodka con limonada, Jägger con Redbull, Licor 43 con Coca-cola o ‘ron-cola’. Krackers, Biaix, Els Daus y La Carreta”, explica. En cambio Mercè, de 53 años, era fiel a las discotecas Praxis, Systema, Jockers o Big Ben. Para entonces, los menores de edad frecuentaban las discotecas los sábados y los domingos hasta las 22.00 y las noches del viernes no se salía. Como bien explica Núria, de 44 años, “antes íbamos a los clubs para pasar la tarde del domingo y volvíamos a casa para cenar. No fue hasta los 18 que empezamos a salir a partir de las 22.00”. Nacida en Lleida y a punto de cumplir 85 años, Mª Pilar recuerda las tardes en las que salía a bailar con sus dos mejores amigas, Maruja y Josefina. “En mi época no había pubs ni discotecas.
En verano íbamos a bailar a La Rosaleda, una verbena descubierta que había en los Camps Elisis. El resto del año nos acercábamos a Els Huracans –un club deportivo– y al Frontón de Prat de la Riba, que tenía pista de baile”. En una de esas tardes conoció a su marido Josep, un bailarín de 87 años que presume de haber ganado dos concursos de tango en La Rosaleda. “Los jóvenes de hoy no saben lo que es bueno”, se lamenta con nostalgia. “Antes cuando te gustaba una chica bailabas con ella toda la tarde, día tras día”, dice con una sonrisa pícara. Otro rompecorazones fue José Luis, de 54 años, que admite que su objetivo “era ligar”. Pero de otro modo. No nos gusta el whisky ni la ginebra”. Para la franja de entre 20 y 30 años, en cambio, la bebida alcohólica de moda es la ginebra, combinada con tónica, limonada o ginger-ale. También hay jóvenes que no disfrutan del ambiente informal de Els Vins, como Clàudia Raya y Clara Palau, dos chicas de 18 años que prefieren el glamour de las discotecas Biloba, abierta en verano, y La Nuit y la Sala Manolita, en invierno. Respecto a estas dos últimas, la primera conquista mayormente a jóvenes de entre 16 y 25 años mientras que la segunda está destinada a un público de entre 25 y 45 años. “La verdad es que prefiero acudir a la Manolita a partir de las 04.00 de la mañana, el ambiente es más juvenil y la música me gusta más”, dice Cristina, de 22 años. Laura, de 21, opta por los pubs aunque si algún día quiere salir hasta más tarde acaba en La Nuit, puesto que “ponen más reggaetón”. Como Laura, la mayoría de jóvenes empiezan la noche en los pubs, donde el ambiente es más relajado, y luego, a partir de las 03.00 o las 04.00 se acercan a las discotecas para acabar la jornada cerca de las 06.00, hora en la que se cierra el local. Muchos establecimientos han cambiado de nombre, pero no de localización, y otros siguen conservando su atractivo con el paso de los años.
Este es el caso de La Boîte, antes llamada Melody, y El Negre, conocido como Biaix. Con 49 años, Rosa Miranda recuerda que le encantaba salir los fines de semana “para bailar porque me recargaba las pilas. Mis locales favoritos eran Krackers, Biaix, Els Daus y La Carreta”, explica. En cambio Mercè, de 53 años, era fiel a las discotecas Praxis, Systema, Jockers o Big Ben. Para entonces, los menores de edad frecuentaban las discotecas los sábados y los domingos hasta las 22.00 y las noches del viernes no se salía.
Como bien explica Núria, de 44 años, “antes íbamos a los clubs para pasar la tarde del domingo y volvíamos a casa para cenar. No fue hasta los 18 que empezamos a salir a partir de las 22.00”. Nacida en Lleida y a punto de cumplir 85 años, Mª Pilar recuerda las tardes en las que salía a bailar con sus dos mejores amigas, Maruja y Josefina. “En mi época no había pubs ni discotecas. En verano íbamos a bailar a La Rosaleda, una verbena descubierta que había en los Camps Elisis. El resto del año nos acercábamos a Els Huracans –un club deportivo– y al Frontón de Prat de la Riba, que tenía pista de baile”. En una de esas tardes conoció a su marido Josep, un bailarín de 87 años que presume de haber ganado dos concursos de tango en La Rosaleda. “Los jóvenes de hoy no saben lo que es bueno”, se lamenta con nostalgia. “Antes cuando te gustaba una chica bailabas con ella toda la tarde, día tras día”, dice con una sonrisa pícara. Otro rompecorazones fue José Luis, de 54 años, que admite que su objetivo “era ligar”. Pero de otro modo.