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La falta de educación emocional de los hijos puede poner en riesgo su salud mental

Dejar a los niños solos cuando están enfadados o no poner límites, algunos de los errores de los padres

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Educar las emociones de los hijos influye directamente en su salud mental. En los últimos años este aspecto educativo se ha introducido en las aulas y poco a poco también va entrando en las casas. ¿Los padres, sin embargo, están formados para educar en emociones los más pequeños? ¿Qué pautas tendrían que seguir? ¿Cuáles son los principales errores que cometen? «Educar en emociones a los niños pasa, en primer lugar, para educar los mayores. Una buena educación en este ámbito garantiza una buena salud mental», afirma Noemí Guillamón, directora del master universitario de Psicología Infantil y Juvenil de la UOC, que empieza este octubre.

De hecho hay muchos estudios y publicaciones, como ‘La familia como factor de riesgo en psicopatología infantil’ de J. Toro, que avalan científicamente que la buena salud mental de los padres está directamente relacionada con la de los hijos. «Si los padres tienen recursos para afrontar los problemas del día a día, tendrán más disponibilidad para atender a sus hijos. En cambio, si están más inmersos en sus dificultades en el trabajo, a la pareja, a la familia o personal, difícilmente tendrán espacio y herramientas suficientes para educarlos en sus emociones», puntualiza.

Desde bien pequeño, añade, hay que educar al niño a sentir la emoción, situarla en el cuerpo y poner nombre: alegría, tristeza, rabia o miedo. Este paso ayuda a gestionar lo que le pasa en la interacción con el mundo. Pueden sentir miedo ante las cosas que no conocen o rabia si no les salen como vuelan, pero si saben reconocer lo que sienten y tienen un adulto en el lado que los valide, es más fácil que después aprendan a hacer alguna cosa ante esta emoción», ejemplariza.

No se tiene que dejar solo el hijo

Según la experta, actualmente los adultos aprenden sobre la marcha a educar emocionalmente a los hijos. Los cursillos, los talleres o los libros les ayudan. «Si piensan que tienen dificultades, siempre pueden pedir a un profesional que los acompañe en este camino», apunta. ¿Pero cuáles son los pasos que tienen que seguir para hacerlo bien?

El primero es tolerar todas las emociones, tanto las positivas como las negativas. Según la psicóloga, para algunos adultos puede ser fácil aceptar la alegría de los hijos, pero, en cambio, puede ser una dificultad tener que dar espacio a la tristeza, el miedo o la rabia. «Todo lo que sentimos es válido y tiene razón de ser; por lo tanto, no tenemos que frenar a un niño si llora o está triste, o no reñirlo porque se enfada o tiene miedo».

El paso siguiente es no dejar solo al hijo con esta emoción. Si el niño está triste o enfadado o tiene miedo, se aconseja que el adulto esté a su lado, porque le transmitirá seguridad y confianza. «Los padres pueden ser unos grandes contenedores de las emociones de los pequeños. Muchas veces es mucho más tranquilizador para un niño que el adulto lo abrace mientras llora, o lo acaricie mientras siente miedo, que dedicar espacio a la elaboración cognitiva de lo que ha pasado, ha hecho o ha sentido en plena explosión emocional. Dependiendo de la edad y del nivel madurativo del niño, una vez se ha calmado, sí que puede ayudar hablar de lo que» ha «pasado», añade.

Finalmente, los adultos tienen que tener su espacio para sentir sus propias emociones. «Vivimos en una sociedad donde todo va rápido, y no nos damos espacios para parar, descansar, llorar, reír o soñar. Si no lo hacemos nosotros, es muy difícil que nuestros hijos lo aprendan a hacer. Está bien dedicar un tiempo para desahogarnos solos, con la pareja o con los amigos, para descansar, para hacer una actividad deportiva que nos guste o para pedir a alguien que atienda a los niños mientras nos damos una ducha de más de un minuto. Eso no quiere decir desatender a los hijos, sino invertir en salud mental para tener más disponibilidad para ellos y poder cuidarlos mejor», deja claro Guillamón.

Los tres errores más comunes de los padres

Según la experta, muchas veces lo que acaba funcionando los padres lo han aprendido a base de ensayo y error. Hay tres equivocaciones, sin embargo, que son las que más repiten. La primera es creer que los pequeños aprenden la gestión de las emociones solamente. «Eso no funciona así. Hay que dedicar un tiempo a enseñárselo», apunta a la experta.

La segunda es coger como válido el modelo de cómo afrontar los problemas que nos enseñaron los padres. «Nos tenemos que cuestionar si este es el modelo que queremos enseñar a los hijos, si nos sirve o es mejor cambiarlo», recomienda Guillamón.

Y, la última, es no poner límites o no intervenir cuando la reacción emocional del hijo puede poner en peligro su salud o la de otro niño, por ejemplo, si pega al hermano. «Los niños necesitan límites para saber hasta donde pueden llegar. Estas pautas les dan seguridad y un contexto y los enseñan mucho sobre lo que pueden hacer y el que no, y el que está bien y el que no», concluye la directora del master universitario de Psicología Infantil y Juvenil de la UOC

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