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LITERATURA ÓBITO

Muere a los 96 años Dolors Sistac, referente del catalanismo

Era la decana de las letras de Lleida e investigó las ‘Cançons de Pandero’

Dolors Sistac.

Dolors Sistac.SEGRE

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La filóloga y escritora leridana Dolors Sistac, galardonada en 2002 con la Creu de Sant Jordi por su labor pedagógica y su investigación de las Cançons de Pandero, falleció ayer a los 96 años. Y es que, desde que se doctoró en Filología Catalana cuando ya tenía más de sesenta años, Sistac se convirtió en uno de los nombres propios de la literatura catalana, formando parte incluso de la historia de la revista Labor, de la que fue la única mujer de la redacción.

Más adelante, Sistac se especializó en las Cançons de Pandero, un ritual que al principio solo estaba amparado por la Iglesia porque, según explicaba la misma estudiosa, “partía de la devoción de la Mare de Déu del Roser. Las cantaban previo pago las conocidas como Majorales del Roser y eran canciones que dedicaban a las bodas, los bautizos o cualquier evento destacable. Sistac se definía como “una mujer en un mundo de hombres”, que compartió mesa de trabajo con intelectuales de la talla de Ton Sirera o Francesc Porta Vilalta.

Fue galardona con la Creu de Sant Jordi en 2002, un reconocimiento a su labor pedagógica

Diez años después de la muerte de su marido, enterró a un hijo de 23 años, una pérdida que la marcó durante toda su trayectoria vital. También vivió en primera persona las consecuencias de la Guerra Civil, que hizo que ella y su familia tuvieran que huir de su casa tras el segundo bombardeo de Lleida. Se refugiaron en una fábrica de licores abandonada en la carretera de Zaragoza y, cuando se acabaron los recursos económicos, regresaron a Binéfar, el pueblo de su padre. Allí vivió hasta el final del conflicto, pero no olvidó sus orígenes y poco después se volvió a instalar en Lleida.

Según explicó en una entrevista publicada el diario SEGRE hace cerca de cuatro años, su último deseo era que enterraran sus cenizas en “mi refugio de mi soledad”, la casa que construyeron ella y su marido aunque, como bien lamentaba, él no la pudo disfrutar todo lo que hubieran querido. “Allí quiero que entierren mis cenizas, bajo un árbol muy poderoso”, explicaba la leridana haciendo referencia a Tírvia, que se convirtió en lugar de peregrinaje para escritores e intelectuales.

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