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ENTREVISTA RELIGIÓN

Josep Maria Abella: «Para adaptarte a la cultura de Japón hay que amarla»

JOSEP MARIA ABELLA | misionero claretiano y obispo auxiliar de osaka

«Para adaptarte a la cultura de Japón hay que amarla»

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Nacido en Lleida el 3 de noviembre de 1949, el padre Josep Maria Abella i Batlle hizo su primera misión con diecisiete años. Entre 1991 y 2015 trabajó como coordinador general de los Misioneros Claretianos, predicando la palabra de Dios por los más de sesenta países en los que está presente esta orden. El próximo 16 de julio será consagrado oficialmente obispo auxiliar de Osaka (Japón) y, según explica Abella, en el país nipón solo hay otro obispo extranjero en la diócesis de Okinawa.

Con una amplía experiencia como misionero, el leridano Josep Maria Abella ha visto medio mundo junto a los Misioneros Claretiano, aunque asegura que “allí donde voy siempre llevo Lleida en el corazón. Son mis raíces”. Ahora, casi cincuenta años después de pisar Japón por primera vez, el Vaticano lo ha nombrado obispo auxiliar de Osaka. En el país nipón la población cristiana apenas llega al un por ciento.

¿Cómo descubrió su vocación por la vida misionera?

Los misioneros que conocí cuando era pequeño y estudiaba en la iglesia de Sant Pau de Lleida, en la calle La Palma, fueron una primera motivación. Poco a poco se va descubriendo el mundo y nacen las motivaciones más profundas. El deseo de compartir la joya del Evangelio se va haciendo más fuerte.

¿Cómo llega un leridano a ser misionero en Osaka?

Más bien como misionero en Japón porque también he trabajado en Nagayoa, Tokyo y Osaka. Sencillamente fui destinado aquí por mis superiores. Lo acepté con gozo como habría aceptado cualquier otro destino. Después toca enamorarte del lugar al que te han enviado, de su gente y de su cultura.

¿Fue difícil adaptarse a la lengua y la cultura de un país tan lejano?

Gracias a Dios, llegué al país nipón cuando era muy joven, por lo que el aprendizaje de la lengua fue mucho más fácil. Lo más importante para adaptarse a la lengua y la cultura de cualquier país es amarla. Esto también nos ayuda a amar más nuestra propia cultura. Me causa tristeza ver algunas actitudes en nuestra tierra. Sobre todo hay que esforzarse cada día y no hacerse juez, aunque siempre hay que ser muy crítico. Hay que tener en mente que ninguna cultura es perfecta.

¿Se sorprendió su familia cuando le comunicaron el traslado a un país tan lejano?

Tanto yo como mi familia sabíamos que había escogido ser misionero, lo que significa una apertura radical en la universalidad. Todos lo aceptamos bien y mis padres siempre apoyaron mi vocación misionera.

¿Cuál es ahora su misión en un país como el de Japón en el que la población católica no llega al 1 por ciento?

Concretamente los católicos en Japón somos el 0,4%, aunque si incluimos a los extranjeros puede ser que lleguemos al 0,7 por ciento. Nuestra misión es la misma que en cualquier lugar: anunciar que Cristo amplía el horizonte de la vida y la llena de sentido. He podido ver cómo el encuentro con Cristo y el Evangelio ha cambiado la vida de muchas personas. También se trata de recorrer camino compartiendo la vida con la gente con la quien convives y procurando construir entre todos un mundo en el que se respeta la dignidad de todas las personas.

¿El hecho de que allí predomine el sintoísmo y el budismo ha supuesto algún problema en su día a día como claretiano?

No. En Japón hay un respeto fundamental por la religión, sea una persona creyente o no. Esta es una característica importante de este país. Compartir con budistas y sintoístas, así como creyentes de otras tradiciones religiosas siempre enriquece y purifica la propia experiencia de la fe. Siempre lo he vivido positivamente.

¿Cómo vivió el devastador terremoto y el tsunami del 2011 en Japón?

Lo viví desde la distancia porque desde el 1991 al 2015 trabajé en la coordinación general de los Misioneros Claretianos. Tenía la sede en Roma, pero me tocaba visitar durante la mayor parte del año los 65 o 66 países en los que trabajamos los claretianos. Aún así, sí que he podido ver las consecuencias de aquel terrible terremoto, sobre todo el gran problema generado por la central nuclear de Fukushima. El accidente ha hecho que la gente sea más consciente del gran peligro de la energía nuclear.

Durante todos estos años que ha vivido allí, ¿cuál diría que ha sido el mayor reto al que se ha tenido que enfrontar como misionero?

El gran reto siempre es mantener viva la motivación y abrirse cada día a las sorpresas que la vida te depara. El conocimiento profundo de la cultura, más allá de los tópicos habituales, requieren dedicación, estudio y un gran respeto y amor. También me han pasado muchas cosas curiosas, sobre todo en los primeros años, cuando había muchos menos extranjeros en Japón. Acostumbrarse a las normas sociales en una sociedad que valora mucho la formalidad, la comida desconocida hasta el momento −uno acaba pensando: ¿pero esto se puede comer?− son algunas de las cosas que se van aprendiendo con los años, y requieren paciencia.

¿Se esperaba su nombramiento como obispo auxiliar de Osaka?

No, no me lo esperaba. Recibí la noticia con sorpresa. Aquí solo hay un obispo que no es japonés, en la diócesis de Okinawa. Sin embargo, lo acepto con esperanza y soy muy consciente de las limitaciones propias. Seré obispo “auxiliar”, lo que significa que debo intentar ayudar a nuestro arzobispo en el gobierno diocesano, intentando crear gozo y esperanza, dentro y fuera de la Iglesia.

¿Cuándo se celebrará la ceremonia oficial de consagración como obispo?

Ya se ha decidido que será el próximo 16 de julio.

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