En busca de un futuro

Lleida ha registrado en los seis primeros meses de 2018 un total de 96 solicitudes de asilo, el doble que el año pasado. La mayoría son personas que huyen de países como Venezuela o Ucrania a causa de conflictos bélicos y políticos. En el mundo se ha llegado a la cifra récord de 25,4 millones de refugiados, de los más de la mitad son niños.

Familias que han tenido que huir con lo puesto, jóvenes que viven con la incertidumbre de si alguna vez volverán a ver a los suyos. Son historias que hay detrás de los 25,4 millones de personas en el mundo que viven en un país que no es el suyo y que tuvieron que huir de la guerra, la violencia y la persecución. Más de la mitad son niños y más de dos tercios llevan más de cinco años viviendo como refugiados. Son algunas cifras dadas a conocer ayer en el Día Mundial de los Refugiados.

Una de estas historias la cuenta Álex Gómez, de 25 años, llegó el pasado mes de enero a la capital del Segrià donde entró en el programa de acogida de Creu Roja para solicitantes de asilo. “Era parte de la oposición y participé en las manifestaciones contra el Gobierno de Nicolás Maduro. Llegó un punto en el que grupos paramilitares me tenían fichado y me amenazaban de muerte a mí y a mi familia. Tomé la decisión de abandonar mi país para salvar mi vida y la de mi hija de 2 años”, explicó ayer a SEGRE. Álex vive en Lleida a la espera de poder conseguir la documentación que le permita trabajar. Entretanto, hace diferentes cursos para poder ingregarse. Se muestra muy agradecido con la acogida recibida aquí, pero el proceso de separarse de su familia es muy duro. “Hace solo 15 días me enteré de que habían matado a un amigo mío en las protestas. Podría haber sido yo”, se lamenta (más información).

En Sant Guim de Freixenet, Igor y Marina, un matrimonio de Ucrania, explicaron que la tensión política en su país les obligó a marcharse. Llevan un año aquí, donde la parroquia les cedió una vivienda y les ayudó a buscar trabajo. Igor, en una empresa local y Marina, en una granja de Montmaneu. Han recibido la ayuda de un grupo de voluntarios de la zona y se sienten muy agradecidos por la acogida recibida. Pero también extrañan su tierra y se sorprenden con lo diferente que es la gente en la Segarra. “Aquí son más abiertos y se hacen suya nuestra realidad”, explicaron. “Tuvimos que dejar la casa que habíamos construido con nuestras manos, a la familia y a los amigos”, lamentaron Igor y Marina, pero ven su nueva vida como “una aventura” (más información).