ESNOTICIA
El confinamiento agrava la situación de los casi 8.000 leridanos con Alzheimer
El confinamiento se convirtió en una medida efectiva para contener durante unas semanas los contagios por la Covid, pero también agravó los síntomas de los cerca de 8.000 leridanos que padecen Alzheimer, que de un plumazo perdieron su rutina. Los familiares han vivido en primera persona su declive y denuncian que son los “grandes olvidados”
El confinamiento se convirtió en una medida efectiva para frenar −al menos durante unas semanas− la curva de contagios por coronavirus, pero también aceleró el deterioro físico y cognitivo de los cerca de 8.000 leridanos que padecen Alzheimer, que de un plumazo perdieron todas las rutinas que les ayudaban a sobrellevar la demencia. Con motivo del Día Mundial de esta enfermedad, los cuidadores no profesionales de personas dependientes alzan su voz para exigir medidas concretas que, “de una vez por todas”, tengan en cuenta las necesidades de este grupo de población. Marta Espejo es uno de estos familiares que ha vivido en primera persona las consecuencias del aislamiento. “Nos encerraron a todos para proteger a los más vulnerables de un virus que estaba en el exterior, pero no tuvieron en cuenta que, para los enfermos de Alzheimer, la paralización de la rutina, la pérdida de movilidad y la falta de interacción social fueron terribles”, explica esta vecina de Lleida, cuya madre de 68 años necesita atención a tiempo completo. Según Espejo, la agitación, la apatía y la pérdida de actividad motora son los síntomas que se han agravado. También ha sufrido estas secuelas la madre de Teresa Achón, una mujer de 75 años que “desde que empezó la pandemia está mucho más nerviosa, le cuesta salir a la calle y está más despistada de lo habitual”, explica su hija.
La Asociación de Familiares de Enfermos de Alzheimer de Lleida (Afall) dobló sus esfuerzos en la atención psicológica y el seguimiento telefónico desde que se decretó el estado de alarma y no fue hasta la semana pasada cuando sus profesionales retomaron los talleres presenciales, que se llevan a cabo de manera individual para evitar contagios. Según explica la neuropsicóloga de la entidad, Laia Remolà, “antes de que estallara la pandemia atendíamos a una media de setenta personas al día pero, debido a los nuevos protocolos sanitarios, los talleres se han reducido y ahora solo atendemos a alrededor de diez personas diarias”. Para los pacientes que se encuentran en estadios más avanzados de la enfermedad y tienen una movilidad reducida, la Afall también ofrece terapias a domicilio. Sin embargo, Remolà asegura que “la pandemia nos ha robado uno de los puntos fuertes de la asociación: un trabajo en grupo para que los enfermos de Alzheimer pudieran socializar con sus iguales”. La crisis sanitaria también ha revelado que “las personas con demencia crónica son los grandes olvidados por parte del Estado, que no tiene en cuenta sus demandas y no aporta los recursos económicos y asistenciales necesarios”.
«Me aterrorizaba que se contagiara de coronavirus»
Marta Espejo. Lleida. Cuidadora
“Los efectos de la pandemia han sido terribles. Las semanas de reclusión han empeorado todos los síntomas del Alzheimer y ahora mi madre está más irritable, más nerviosa y ha perdido movilidad”. Así se expresa Marta, una vecina de Lleida que recientemente ha tenido que contratar una cuidadora para poder compaginar la vida laboral y familiar. “Los primeros meses del estado de alarma pude teletrabajar y atender a mi madre las 24 horas, aunque luego tuvo que retomar la actividad fuera de casa y me necesité una ayuda extra por las mañanas”, asegura Espejo. Asegura que “cuando estalló la pandemia al resto de la familia nos aterrorizaba contagiarnos de coronavirus por el hecho de transmitirselo a mi madre pero, aunque rigurosos con las medidas sanitarias de prevención, poco a poco hemos aprendido a sobrellevarlo esa angustia”.
«La soledad y la falta de rutina han sido fatales»
Teresa Achón. Torre-serona. Cuidadora
La soledad se convirtió en la peor compañera de la madre de Teresa, Mercè, durante los meses de confinamiento. “Aunque mis hermanos y yo hablábamos con ella cada día y le llevamos a casa lo que pudiera necesitar, la falta de interacción social y el parón repentino de la rutina han pasado factura”, explica Teresa, quien asegura que “ahora está más angustiada y ha perdido movilidad”. El miedo al contagio por la Covid-19 ha provocado que Mercè no quiera salir a la calle, si bien antes de la pandemia “era más activa y casi cada día asistía a los talleres que organiza la Asociación de Familiares de Enfermos de Alzheimer, donde se relacionaba con sus amigos”. Al agravarse el deterioro cognitivo en las últimas semanas, “mis hermanos y yo sabemos que más pronto que tarde mi madre ya no podrá vivir sola, si bien mi madre siempre ha querido ser independiente y conserva autonomía”.