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Las salas tratan de atraer al público con unos protocolos de máxima seguridad
Las salas de cine son unos de los equipamientos que han sufrido más el cierre cultural provocado por la pandemia. El desconfinamiento ha topado por un lado con los recelos de un público que aún no se fía de volver a disfrutar en grupo del séptimo arte y, por otro, del tímido arranque de los estrenos más comerciales por parte de las grandes distribuidoras de Hollywood, pendientes ante todo de la situación sociosanitaria en Estados Unidos. El complejo JCA Alpicat, el multisalas más grande de Ponent, está en pleno funcionamiento desde principios de agosto siguiendo unos estrictos protocolos de seguridad e higiene que tienen por objetivo que la experiencia de ir al cine sea lo más agradable posible: uso obligatorio de mascarilla, limpieza y desinfección antes de cada sesión y un aforo que comenzó siendo solo del 30%. El Screenbox de Lleida también retomó la actividad en agosto, mientras que el Circuit Urgellenc ya comenzó a finales de junio a reabrir salas.
Annus horribilis, también, para editores y libreros. El confinamiento coincidió con la campaña de promoción previa a Sant Jordi, con lo que decenas de libros se quedaron sin distribución. El 11 de marzo la Paeria acogió la presentación de la novela Generación 1974, de Juan Cal, y hasta el 4 de junio no pudo volver a celebrarse un acto literario, la firma de libros en la Caselles de Mar d’estiu, de Rafel Nadal. El 23 de abril, en pleno confinamiento, Sant Jordi se redujo a una celebración simbólica en los balcones. Se aplazó al 23 de julio, pero Lleida y buena parte del Segrià seguían confinados. El último salvavidas era la Setmana del Llibre en Català, que se inauguró en Barcelona, con muchas restricciones, el 9 de septiembre en el Moll de la Fusta. Tuvo una versión reducida en Lleida que permitió que autoras como Anna Sàez, Montse Sanjuan o Marta Alòs, que se habían quedado sin presentación, dieran a conocer Batre records, Dues dones y L’origen del pecat, respectivamente.
Museos y galerías de arte no se libraron de la parálisis que impuso la pandemia. La declaración del estado de alarma cerró todos los equipamientos culturales y dio al traste con las programaciones. Después de unos meses duros, el sector va recuperando la normalidad paulatinamente. No hay una única hoja de ruta. Así, CaixaFòrum Lleida y la Fundació Sorigué, por ejemplo, optaron por congelar las exposiciones afectadas. El Museu Morera o el Espai Cavallers, en cambio, reflexionan sobre los efectos de la pandemia en las muestras con las que se han reencontrado con el público. Mientras, la Panera se ha reservado para la reapertura postconfinamiento uno de los platos fuertes del año, Línies vermelles, una selección de piezas de la colección de arte censurado de Tatxo Benet, que tiene, también, una antena en el Museu de Lleida. En el Pirineo, que no estuvo afectado por las restricciones de julio, la recuperación ha sido más rápida pese a las restricciones de aforo.
Lleida, Tàrrega o Juneda ya han puesto en marcha una nueva temporada de artes escénicas, a la espera de que localidades con equipamientos teatrales como Balaguer o Mollerussa hagan lo propio. En la capital del Segrià, el Teatre de l’Escorxador arrancó el pasado fin de semana con buena respuesta del público en el estreno de Camí a l’escola, el nuevo montaje de Campi Qui Pugui. El próximo fin de semana, pasadas las Festes de la Tardor, la Llotja reabrirá puertas después de casi siete meses con todo un peso pesado de la escena catalana, Josep Maria Pou y su Viejo amigo Cicerón. A lo largo de las siguientes semanas, tiene previsto reprogramar obras que tuvieron que suspenderse en primavera por la pandemia. Tàrrega subió el telón el pasado viernes en una temporada que seguirá el 3 de octubre con la obra Alguns dies d’ahir, un montaje con caras populares de la escena como Abel Folk y Míriam Iscla. Juneda también ha anunciado su nueva temporada teatral, que comenzará el 10 de octubre con la comedia Els Brugarol, protagonizada por Ramon Madaula.