El suicidio, en primera persona: «La necesidad de morir era más que la culpa»

“El pensamiento irrumpió de forma abrupta y contundente en mi mente. Si bien es cierto que llevaba más de media vida deseando morir y esperando la muerte, no llegué a plantearme el suicidio como una opción factible hasta ese momento. De mi necesidad surgió la idea y de la idea pasé a la certidumbre. Lo acepté y empecé a concienciarme de ello. Los remordimientos que hubiera podido tener en el pasado dejaron de ser importantes y pasaron a un segundo plano. Es decir, la necesidad era más imperativa que la culpa. Después, sencillamente, se convirtió en algo que me acompañaba de forma permanente a todas horas y en cualquier lugar.

El desapego definitivo. Por ese entonces aún no había podido hablar con nadie de mi determinación por ser esta de carácter autodestructivo, pero sobre todo por la incomprensión que ocasiona este tema en personas cercanas que no están familiarizadas o no conocen una forma de abordar un asunto tan delicado.

Acudí a una cita con mi terapeuta y me recomendó que me pusiera en contacto lo antes posible con un psiquiatra. El sistema clínico que se había puesto en marcha me descolocó y me sacó de mi viciada rutina de una forma brutal y contundente. Y a los pocos días reparé en que no me apetecía pensar en el suicidio. No porque ya no lo anhelara, sino porque mí discurso interno había perdido fuerza y yo misma empezaba a cuestionarlo y a desmontar su estructura.

Fueron horas y días y meses de un duro trabajo interno que dolía y curaba a partes iguales. Ahora tenía la seguridad de que tenía toda una red de ayuda dispuesta a esperarme e impulsarme de nuevo. Actualmente, mi situación es favorable. No todos los días y no siempre siento que esté con el mejor humor, pero sí con la fuerza necesaria para hacer algo al respecto y dejarme ayudar”