Claves para detectar si tu hijo tiene depresión
Uno de cada siete adolescentes del mundo tiene un problema mental diagnosticado y casi 46.000 se suicidan cada año (la Organización Mundial de la Salud estima que es la segunda causa de muerte entre los jóvenes). Unicef acaba de hacer público el informe sobre el Estado Mundial de la Infancia 2021 y las cifras son demoledoras. Y la pandemia no ha ayudado a reducir estas cifras: un metanálisis publicado aJAMA Pediatrics afirma que los síntomas de depresión se han duplicado en niños y adolescentes en comparación con la época anterior.
Para concienciar que este problema no sólo afecta a los adolescentes, sino a gran parte de la población, desde hace diecisiete años, cada primer jueves de octubre se conmemora el Día Europeo de la Depresión (DED). La depresión se puede prevenir y también tratar, pero para eso hay que darse cuenta de algunas señales que pueden dar a los padres la voz de alarma. Como explica Amalia Gordóvil, profesora colaboradora de los Estudios de Psicología y Ciencias de la Educación de la UOC, los principales son cambios en el estado de ánimo, más allá de los habituales —por ejemplo, que un adolescente se aísle no sólo de sus padres, sino también de sus amigos y pierda el interés por actividades que antes le gustaban— o que se muestre más irritable en varios entornos cuándo eso antes no sucedía, aunque también puede manifestarse por medio de otras señales. "Otros signos de alerta son cambios en el autocuidado|autocura, como no tener una buena higiene personal, una bajada del rendimiento académico o conductas de riesgo, sean sexuales, de abuso de sustancias o delictivas", explica Gordóvil.
¿Cuándo podemos empezar a advertir estos signos de alarma? Los especialistas afirman que, aunque la depresión puede diagnosticarse ya desde la infancia, hay una etapa especialmente vulnerable: la adolescencia. La razón es que se trata de un periodo en el cual el desarrollo personal sano pasa por|para una crisis de identidad en que el adolescente busca otros modelos de referencia más allá de los que ha recibido de su familia. "Eso no significa que haya una relación causal entre adolescencia y depresión, pero sí que tenemos que trabajar ya desde la infancia para reducir riesgos", señala la psicóloga familiar y profesora colaboradora de la UOC. Este trabajo consiste fundamentalmente en el hecho de que haya un clima de confianza y comunicación en casa sobre las emociones que se sienten, para que se puedan expresar sin miedos.
Pero, además, es importante que los hijos reciban modelos saludables de afrontamiento ante las dificultades de la vida. "La mejor ayuda que pueden ofrecer los padres es cuidar su propia salud mental para ser modelos saludables de afrontamiento", advierte a Gordóvil.
"Aliados" de la depresión
Los expertos definen la depresión clínica como un trastorno mental que afecta al estado anímico de la persona que lo sufre, de manera que la tristeza o la irritabilidad y la frustración interfieren significativamente en la vida diaria de la persona durante un largo periodo de tiempo, cosa que dificulta su vida personal, social, escolar o laboral. Y especifican que siempre tiene que ser diagnosticada por un profesional de la salud mental.
¿Pero qué puede conducir? Según la profesora de la UOC, a la literatura científica aparecen descritos factores llamados|nombrados "de riesgo", que pueden aumentar las posibilidades de sufrir depresión a edades tempranas. Entre estos está el hecho de que algún miembro de la familia consuma sustancias, la presencia de depresión en alguno de los progenitores o dificultades relacionales entre ellos, haber sufrido maltrato y vivir otras situaciones de estrés agudo o sostenido, como el acoso o abusos.
Advertirlo a tiempo es clave, ya que los profesionales de la salud mental afirman que muchos casos de depresión no son detectados, y por lo tanto no se tratan. Si eso pasa, la consecuencia más grave, en opinión de Gordóvil, es que la persona no reciba las herramientas necesarias para gestionar sus emociones y que aparezcan pensamientos de suicidio, que pueden llevarse|traer en la práctica. Sin embargo, además, hay otras posibles secuelas, como el aumento de posibilidades de sufrir depresión en la vida adulta o llegar a esta fase de la vida con una baja autoestima que pueda conducir a relaciones tóxicas dependientes, sentimientos profundos de incapacidad o el desarrollo de otras patologías mentales. "Todo eso dificultará el día a día de la persona, probablemente tanto en el terreno personal como en el laboral y el familiar", afirma a la psicóloga familiar.
Los errores más comunes de los padres
¿Qué pueden hacer los padres, además de generar en casa un clima de confianza y comunicación emocional que anime a los hijos a explicar lo que los pasa? Para la psicóloga familiar la respuesta es clara: además del anterior, la mejor ayuda que pueden ofrecer los padres es servir de modelo a sus hijos, afrontando las situaciones estresantes de manera saludable. "Si tus hijos ven que delante de un mal día en el trabajo te quejas y te bebes un gin-tonic para olvidarlo, o te tomas un ansiolítico, los transmites que la regulación emocional pasa por el uso de sustancias. Eso no es un buen mecanismo de afrontamiento", señala.
Es uno de los errores que los adultos cometemos inconscientemente con más frecuencia, pero no lo único. Hay otras equivocaciones que también pueden empeorar la situación, aunque no nos damos cuenta de ello. La mayor de todos, en opinión de Gordóvil, es invalidar las emociones de los hijos, transmitiendo mensajes como "eso que te pasa no es nada", "yo a tu edad no tenía estas tonterías en la cabeza" o "venga, espabila, que la vida no es fácil". Con eso se transmite a los hijos que las emociones que oyen|sienten no son correctas y no se los da el acompañamiento y la guía que en este momento necesitan.
Además, hay dos mensajes importantes, que se pueden transmitir explícitamente o con actos, que ponen en riesgo la salud mental de los hijos. Son "no lo eres capaz" y "no lo eres suficiente", advierte Gordóvil. Añade que el primero se transmite desde la sobreprotección, haciendo para|por los hijos cosas que por edad podrían hacer por|para sí mismos, y el segundo se transmite desde la exigencia cuando no damos valor a las cosas que hacen bien o desaprobamos decisiones en la búsqueda de su propio camino.