En ciudad, conviene dejar de acelerar antes de llegar a los semáforos, y alcanzarlos llegando con el coche como si planeara sobre el asfalto. Y en carretera, tratar de aprovechar cada bajada para levantar el pie del acelerador.
Para ahorrar combustible hay circular en la marcha adecuada. Así se logra que el motor funcione en un régimen de revoluciones óptimo, en el que no vaya ni forzado ni demasiado desahogado.
Si vas a estar un tiempo detenido, aunque solo sean un par de minutos, apaga el motor, pues de lo contrario estará gastando combustible de manera inútil. En todo caso, no conviene abusar: si las paradas van a ser muy constantes y muy cortas, el ahorro de combustible no va a compensar, pues se castiga en exceso al motor de arranque y a la batería.
Incrementar ligeramente la presión de los neumáticos, una o dos décimas por encima del valor recomendado por el fabricante, permitirá también reducir el gasto, gracias a que se consigue una menor resistencia a la rodadura. El potencial de mejora ronda los 0,2 litros.
En la mayoría de coches modernos, el compresor del aire acondicionado está desacoplado del motor, y su conexión apenas tiene incidencia en el gasto de combustible. Pero todo suma y, si la temperatura lo permite, apagarlo ayudará a reforzar el ahorro. En vehículos más antiguos, si suele haber conexión física con el motor, y no utilizar el aire puede llegar a recortar el consumo hasta 0,5 litros cada 100 kilómetros.
El peso del coche también influye en el carburante. Transportar 100 kilos extra, por ejemplo, sube el gasto del orden de 0,3 litros. Las bacas y los cofres de techo afectan de manera negativa a la aerodinámica del vehículo y aumentarán el consumo. Por eso, si no es para un viaje en el que sean imprescindibles, conviene desmontarlos. Tampoco es recomendable circular con las ventanillas abiertas.