Unos 8.300 casos de Covid persistente
Se calcula que afecta en torno al 6% de los contagiados y la mayoría sufre fatiga, debilidad muscular o dolor de cabeza
Uno de los efectos colaterales más directos de la infección del SARS-CoV-2 es la aparición de la Covid persistente, una prolongación de la enfermedad que mantiene la sintomatología del virus a largo plazo. Se calcula que en torno al 6% de las personas que se infectan acaban teniendo secuelas de manera persistente, esencialmente fatiga, debilidad muscular, dolor de cabeza o pérdida a gusto.
El conseller de Salud, Josep Maria Argimon, aseguró hace unas semanas que se tiene que trabajar para mejorar su asistencia. Indicó que algunos estudios cifran que la Covid persistente afecta entre un 6 y un 7% y de otros la sitúan en un 10 por ciento. Así pues, añadió que precisamente una de las dificultades es el diagnóstico y la codificación de la enfermedad de la Covid persistente en el sistema. “La Covid ha llevado una subpandemia que tendrá que resolverse”, explica a la portavoz del colectivo de afectados de Covid persistente, Sílvia Soler. Dice que “el abandono” y la “falta de empatía” por parte de personas y profesionales sanitarios en los primeros meses de la pandemia han sido la peor de su larga cruzada contra el virus. “Te ponen en duda”, se lamenta. La Covid persistente, relata, también le ha robado “la alegría, las relaciones sociales o la capacidad de lectura”.
Un estudio del Instituto Universitari d'Investigació en Atención Primaria (IDIAP Jordi Gol) señala que al 75% de estos pacientes los cuesta pasar tiempo con los amigos, al 70% atender responsabilidades y el 72% reconoce problemas para trabajar fuera de casa. Los investigadores también señalan que convivir con el estrés de la Covid persistente provoca con frecuencia insomnio y ansiedad.
Si los afectados por Covid persistente sufren secuelas físicas, decenas de familias viven con la angustia de no haber podido despedir los suyos que murieron por la Covid, a los que no pudieron acompañar en sus últimos días en hospitales o residencias. El mismo conseller de Salud reconoció que el proceso de duelo de muchas familias ha quedado mal cerrado. El caso de la familia de Fidel Plana, vecino de Oliana que fue uno de los primeros que murieron en Lleida, es ilustrativo. “Mi padre ingresó en el Arnau el 8 de marzo, a partir del 13 ya no lo pudimos ver y murió solo el día 17”, recuerda Toni, uno de sus hijos. Fue incinerado en Lleida, pero el aislamiento que tuvo que cumplir la familia hizo que el entierro en Oliana no pudiera celebrarse hasta finales de abril. Ahora, Toni señala que la Covid “era una cosa desconocida y todo el mundo estaba encerrado en casa”. Entonces, denunció que su padre ingresó por otra patología y que se contagió en el hospital, pero dice que ningún responsable del centro se puso nunca en contacto con ellos.
"hace un año que tengo fatiga y problemas de memoria"
Antoni Albà. Tiene Covid persistente.
“Tengo cincuenta y cuatro años y me infecté de Covid en enero del año pasado y, desde entonces, tengo secuelas. Estuve ingresado en el Arnau y cuando recibí el alta me quedé muy débil. Las piernas no me aguantaban ni quince minutos y después empecé a tener dolor en la cadera, algo que nunca me había pasado y me encontraron artrosis. También me di cuenta de que cuando leía no recordaba al rato y resulta que tengo la memoria reciente afectada. A veces le pregunto a mi mujer algo dos veces y tengo muchas alarmas en el móvil para recordar lo que debo hacer, lo que me genera mucha inseguridad. Volví a ingresar en noviembre por una neumonía y me ha quedado una mancha en el pulmón. Ahora hago rehabilitación en el CAP Onze de Setembre y puedo llegar a andar una hora y media, pero me canso si hago esfuerzos. Sigo de baja y toda esta situación la llevo muy mal y no sé cuánto durará. Creo que estamos dejados de la mano de Dios.”