Transsegre
10 amigos y una barca, crónica de la Transsegre
Después de 2 años parada por la pandemia, este año se ha vuelto a celebrar la Transsegre
Después de dos años parada por la pandemia, por fin había vuelto la Transsegre. Este año, 170 barcas se habían dado cita en Camarasa para bajar hasta el pantano de Sant Llorenç, entre ellas, la "Traviesinha", la barca que montamos con mis amigos para llevarnos sanos y salvos hasta nuestro destino.
El día empezaba después de una noche de fiesta que seguramente se alargó más de la cuenta sabiendo que al día siguiente teníamos que madrugar. Nos presentamos en Camarasa a las 11 de la mañana, con más sueño que otra cosa, pero con ganas de poder bajar la que sería nuestra segunda Transsegre.
El ambiente, como se podía esperar en una fiesta como esta, era completamente festivo. La música y la bebida -el agua también- abundaban en todas partes. Las caras de amigos, conocidos y extraños iban desfilando por nuestro alrededor, todas marcadas por la ilusión de poder bajar en sus barcas y disfrutar de la compañía de las tripulaciones que habían escogido para aquel viaje.
Así pues, después de un buen rato esperando para poder verificar la barca y recibir las pulseras que nos acreditaban como participantes de la Transsegre 2022, salimos a río abierto. Los primeros metros, siempre los más emocionantes junto con los últimos, transcurrieron sin sobresaltos. Estábamos seguros de lo que habíamos construido, la "Traviesinha" flotaba, y lo hacía muy bien, con 3 flotadores por banda y el viento en popa, pero sin vela, empezamos nuestra travesía por el Segre.
El primer contacto con el agua fue chocante, aunque el sol quemaba y la crema solar era una obligación si no querías parecer una gamba, el agua estaba fría y venía acompañada de una brisa gélida que, cuando salías, te dejaba temblando. Sin embargo, eso no nos impidió disfrutar del cuerpo de agua sobre lo que nos encontrábamos. Uno detrás del otro, fuimos saltando al río para nadar y empezar la travesía ya preparados por lo que nos esperaba.
A nuestro alrededor, el ambiente de la zona de salida de Camarasa se había trasladado al agua, decenas de barcas nos rodeaban con música, buen rollo y cubos de agua, sobre todo cubos de agua. Cada encuentro con otra embarcación acababa con una guerra de agua sin ganadores y que solo se acababa cuando ambos equipos estaban satisfechos con las caras empapadas de sus rivales.
El buen ambiente se sucedía en cada encuentro, cada choque y cada interacción con nuestro entorno. Y así, despacio pero seguros, nos fuimos abriendo paso por el río. A diferencia de la última edición, donde bajamos sin dejar de remar y acabamos llegando de los primeros, este año decidimos ir con calma y disfrutar más de la experiencia. Y dicho y hecho, durante buena parte del primer tramo de río nos dejamos llevar por la corriente, aprovechando cualquier excusa para parar y mojar alguna barca que tuviéramos cerca o para tirarnos a recoger algún remo o cualquier otro objeto que nos hubiera caído al agua.
Siguiendo con el ritmo despreocupado que habíamos marcado, llegamos a la mitad del trayecto al cabo de una hora y media. El punto central del recorrido lo marcaba un puente que cruza el pantano de Sant Llorenç. Allí es donde siempre se junta más gente y donde realmente se hace la fiesta de la Transsegre. Al llegar, decenas de barcas que habían empezado la bajada antes de nosotros ya estaban allí, congregadas en torno a las embarcaciones que habían encontrado la forma de incluir un altavoz en la estructura sin el riesgo de que se moje o se estropee. Viendo eso, hicimos lo propio y nos sumamos al gran grupo que se había formado. Allí en medio, el frío de haber ido todo el rato en contacto con el agua ya no se notaba tanto y durante un buen rato continuaron las guerras de agua, las conversaciones con amigos y desconocidos y, en definitiva, todas aquellas cosas que tanto habíamos añorado durante los años en los cuales no pudimos bajar la Transsegre.
Al cabo de un buen rato, sin embargo, tocó pensar en marcharse de allí y acabar de hacer el recorrido hasta Sant Llorenç, ya que habían pasado varias horas, empezábamos a estar cansados y todavía nos quedaba buena parte del camino. Así pues, empezamos a remar para alejarnos de la concentración de barcas.
A partir de este momento, las cosas se empezaron a complicar, el viento se giró y empezó a venir de cara, haciendo que cada palada valiera la mitad de una sin viento. Además, si por lo que fuera dejábamos de remar, la barca rápidamente se iba hacia atrás, haciendo inútiles todos los esfuerzos que habíamos hecho hasta el momento de parar. Con todo eso, y sumado al hecho de que algunos integrantes de la embarcación no estaban por la labor de remar, los últimos kilómetros se empezaron a hacer eternos. Los brazos nos empezaban a pesar y el cansancio de la noche anterior ahora nos acusaba con más fuerza que nunca. Eso, y el hecho de que parecía que por mucho que nos esforzáramos, la barca no se movía, acabó por crear crispaciones entre el grupo.
Sin embargo, con constancia -y algún grito- acabamos llegando a Sant Llorenç. Ahora, solo nos faltaba remar el último trozo del pantano hasta la zona designada por los responsables para hacer la retirada de las embarcaciones. Estos últimos metros fueron los más duros, todos estábamos muertos y los remos se movían más por inercia que por voluntad propia. Fuera del agua, desde el pueblo, los padres de algunos de los compañeros de la barca nos animaban y nos motivaban a hacer aquel último esfuerzo afirmando que "ya lo teníamos", pero desde la barca no lo veíamos tan claro. Finalmente, después de 5 horas de bajada, más de una quemadura por cabeza, algún que otro susto y, sobretodo, mucha fiesta, pudimos volver a tocar tierra.
El viaje había sido duro y, por momentos, tenso, aun así, ninguno de los miembros de la "Traviesinha" dudaría ni un segundo a volver a hacerlo.
La Transsegre había vuelto.