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¿El aire acondicionado "engorda"? Así afecta la refrigeración artificial a nuestra salud

Un aparato de aire acondicionado.

Un aparato de aire acondicionado.

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Los aparatos de aire acondicionado y los sistemas de calefacción son muy útiles en nuestra vida diaria, porque nos ayudan a regular la temperatura y a mitigar los efectos del calor o el frío, pero también conllevan riesgos para nuestra salud.

El aire acondicionado puede producir afecciones leves como faringitis, laringitis o rinitis por el efecto irritativo del aire frío sobre la vía aérea superior. A nivel bronquial, puede producir bronquitis o empeoramiento de afecciones como el asma o el EPOC. Con el aire acondicionado se ocasiona una reducción de la humedad del ambiente, lo que produce sequedad en las mucosas nasales, ojos o en la piel.

Además, el hecho de estar a una menor temperatura tiende a que la sensación de sed se reduzca. Por eso es importante combatir la deshidratación bebiendo abundante agua.También puede ocasionar contracturas musculares, sobre todo,  si la musculatura recibe el chorro directo de aire frío, dado que nuestro cuerpo reacciona provocando una brusca contracción muscular. Pasar demasiadas horas en la oficina a una temperatura por debajo de la recomendada puede provocar problemas de espalda, dolores cervicales, lumbalgias o tortícolis.

Además, a nivel más severo, si el mantenimiento no es el adecuado, puede provocar que los gérmenes se acumulen en los filtros, ocasionando infecciones pulmonares severas como la neumonía por legionela.

Por lo que se refiere a si el aire acondicionado "engorda", la relación de este sistema de refrigeración con el hambre no tiene que ver con el efecto directo del aire en nuestro cuerpo, sino con los comportamientos que estimula. Cuando tenemos calor, comemos menos. Cuando tenemos frío, nuestro cuerpo nos pide alimento para regular su temperatura. A más grados, menos apetito, y viceversa. Por ello, el aire acondicionado nos hace comer más. 

Es lo que indican numerosos estudios empíricos. En 2015, en una oficina de Birmingham (Estados Unidos), se separó a los trabajadores en dos grupos durante dos horas. Unos estuvieron a 20º y otros, a 26º. Los que permanecieron en la zona cálida comieron un 99.5 % de calorías menos de pizza que los de la zona fría.

Otro ejemplo fue recogido por el investigador del Instituto de la Grasa del CSIC, Javier Sánchez Perona, que desarrolla esta teoría en su blog «Malnutridos»: un estudio realizado a más de 100 mil personas en Reino Unido demostró que el índice de masa corporal (IMC) de las personas que vivían a temperaturas medias superiores a 23º era sensiblemente menor que el de los que vivían a menos de 20º. Una realidad que no afecta sólo a los humanos. Rafael Refinetti estudió a finales de los años 80 cómo la temperatura afectaba al apetito de las ratas. Los resultados fueron interesantes: las que más engordaron fueron las que vivían en un ambiente cálido pero comían en un ambiente frío. Por otro lado, sometidas a entornos de 40º, muchas dejaron de comer.

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