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Lleida acoge a más de 1.300 refugiados de Ucrania después de un año de guerra

El conflicto despertó solidaridad en Lleida y los municipios dieron la primera ayuda

Con vestuario marrón, tres de los refugiados que trabajan en la brigada de Tàrrega.

Con vestuario marrón, tres de los refugiados que trabajan en la brigada de Tàrrega.X. SANTESMASSES

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Las comarcas de Lleida acogen actualmente a más de 1.300 ucranianos refugiados, cuando se cumple un año del inicio de la invasión rusa. La crisis humanitaria provocó numersosas muestras de solidaridad como el envío de toneladas de ayuda, mientras que los ayuntamientos fueron los primeros en atender a los recién llegados desde Ucrania.

El próximo viernes se cumplirá un año del incio de la invasión rusa de Ucrania, que provocó que miles de vecinos de este último país abandonaran sus casas para huir de la guerra. Doce meses después, Lleida acoge a 1.332 refugiados ucranianos: 1.160 viven en el llano y 172 en el Pirineo. Sin embargo, ahora la cifra es inferior a la del verano, cuando llegaron a ser 1.232 y 248, respectivamente, según los datos de la conselleria de Igualdad y Feminismos. Esta disminución se debe a que hay decenas de desplazados que, por ejemplo, han vuelto a su país en guerra o se han marchado a otras zonas de España o a otros países de Europa.

Además, desde el inicio de la guerra el Gobierno central ha otorgado protección temporal a 2.003 refugiados ucranianos, lo que les permite acceder a un permiso de residencia y de trabajo. La guerra también desveló numerosas muestras de solidaridad, entre las que destacan las donaciones de toneladas de alimentos y medicamentos, que llegaron a Ucrania en decenas de camiones y furgonetas fletadas por entidades como la Associació d’Ucraïnesos de Lleida. Sin embargo, toda esta movilización ha ido a menos con el paso de los meses.La llegada de los refugiados implicó un ingente trabajo para los ayuntamientos, que fueron los primeros en atender a estas personas.

La Generalitat también reforzó sus servicios de acogida y atención. Solo la conselleria de Igualdad y Feminismos invirtió más de 2 millones de euros en estas acciones. Algunos de los ucranianos que llegaron a Lleida ya tenían familia en la demarcación, mientras que otros fueron en busca de una nueva oportunidad lejos del conflicto.

Una de las localidades que recibió más refugiados fue Guissona. Antes de la invasión rusa ya contaba con la mayor comunidad ucraniana de Lleida y, por ello, muchos de los refugiados llegaron hasta esta localidad. La primera familia llegó el 27 de febrero, solo tres días después del inicio del conflicto, y luego el goteo de nuevos vecinos fue constante.

Llegaron a ser 350, en su mayoría mujeres, niños y ancianos. De estos, la mitad se han ido de nuevo y el resto se debate entre quedarse y volver. En esta localidad de la Segarra, la vida en 2022 estuvo marcada por la invasión rusa: hasta este municipio se fletaron 4 vuelos de refugiados, consiguieron un centenar de voluntarios que se encargaron de la acogida y coordinaron y mandaron hasta Ucrania más de una decena de camiones de ayuda humanitaria proviniente de toda Lleida.

Mientras en el conjunto de la demarcación y en Guissona la cifra de refugiados ha ido en descenso, en Lleida ciudad ha aumentado. Así, antes de la guerra la población ucraniana era de 650 personas y actualmente roza el millar. La Paeria asegura que el Servicio de Acogida municipal ha atendido a 301 personas de 128 familias y estas han participado, por ejemplo, en talleres de catalán y han recibido atención psicológica, mientras que las familias más vulnerables han recibido atención de los servicios sociales.

Tàrrega también fue uno de los destinos de los refugiados y ahora cuenta con 643 habitantes de origen ucraniano, 180 más que hace un año. De estos, 58 son niños que estudian en centros educativos de la ciudad. La escolarización de los pequeños fue rápida en Lleida y a finales de marzo de 2022 algunos colegios ya empezaron a acogerlos.

Actualmente, escuelas e institutos de la demarcación cuentan con 379 alumnos refugiados. Otro de los retos a los que ha tenido que hacer frente este colectivo es el acceso al mercado laboral. En este sentido, un programa de la Generalitat permitió a 22 personas incorporarse a la plantilla de ayuntamientos y consells. Otros han optado por buscar empleo en la hostelería, como Hanna Arsenovych en La Seu. Asimismo, la construcción y el comercio son otros de los sectores por los que más se han decantado los desplazados por la guerra.

«Me gusta este entorno, querría quedarme aquí»

Hanna y Milana

34 y 8 años. vecinas de La Seu

Hanna Arsenovych llegó a La Seu junto a su hija, Milana, de 8 años, a finales de marzo del pasado año huyendo de la guerra. Llegó al Alt Urgell procedente de Barcelona, sin tener conocidos ni familia. Ha pasado un año “muy duro” que recuerda con dolor por haber tenido que separarse de su familia, su marido, sus amigos y haberse visto obligada a dejar su casa en la capital, en Kyiv. Allí tenía “un trabajo estable” en una farmacia. En La Seu ha conseguido trabajo como ayudante de cocina. Asegura que le gusta cocinar. “Hemos hecho amigos y nos encontramos muy a gusto en La Seu, nos están ayudando mucho”, explica. “Me gusta mucho el entorno. Los talleres de arte y terapia que organiza Creu Roja me han ayudado mucho emocionalmente”, reconoce. Planea quedarse a vivir en La Seu, pero necesita encontrar un piso o una habitación en alquiler, algo que, de momento, no encuentra. Es profesora de yoga y le gustaría “poder dar clases y ayudar a la gente”. También sueña con “tener mi propio negocio”. Cuando habla de la guerra, Hanna se entristece. “Veo muy difícil solucionar el conflicto”, “estoy muy preocupada por si se alarga”. Pese a todo, tiene suerte porque no ha perdido a ningún ser querido y su casa en Kyiv “sigue intacta”, concluye. También tiene un deseo: “el fin de la guerra y que la gente deje de morir por su opinión política, que sean libres y respetados”. 

"Hemos sufrido, pero estamos acomañados"

Igor Grodetskyy

músico. 53 años

Igor Grodetskyy es músico y hace 23 años que vive en Guissona. Su presencia es una constante en todas las actividades solidarias con Ucrania que se han llevado a cabo en las plazas y la iglesia de la localidad durante el último año. Hace dos semanas, por ejemplo, el colectivo ucraniano participó en la inauguración del renovado edificio del Ateneu, y el domingo 5 al mediodía, en la Oración Ecuménica, que tuvo lugar en la colegiata de Santa Maria con la presencia de los cristianos católicos, grecocatólicos y ortodoxos. Como músico, dirige la coral y la orquesta de la comunidad ucraniana, que para muchos ha sido un refugio y un punto donde sentirse arropados durante un año en el que la comunidad ucraniana ha sentido intensamente el luto y las dificultades de sus familiares y sus compatriotas. Igor también ha estado presente en los trabajos de preparación de las  donaciones que la comunidad eslava organiza en Guissona, desde donde se preparan para transportar las ayudas hasta su país. Manifiesta que “a pesar de la situación de dolor que hemos vivido y que estamos viviendo, en Guissona nos hemos sentido muy queridos y acompañados tanto por el ayuntamiento como por toda la población. A diferencia de otras ciudades, aquí se ha vivido con preocupación y solidaridad lo que está pasando con nuestro país”. Igor trabaja en bonÀrea y no se plantea volver a su país de origen.

«Volveríamos ya a Ucrania, pero tenemos que pensar en nuestros hijos»

Valentyna Kostyuk

Bellvís. Vivía en Ternopil

Valentyna Kostyuk vivía con su marido y su hija en Zalishchyky, en Ternopil, donde tenía su propia clínica dental. Cuatro días después de empezar la gerra, tuvo que huir en un coche, con ocho ocupantes más y niños, y conducir durante 10 días hasta llegar a España. Primero pasaron unos días en casa de unos familiares en El Palau, y finalmente encontraron casa en Bellvís gracias a una de sus vecinas, Rosa. “Lo dejamos todo allí. Mi padre fue militar y mi madre médica y no pueden salir. Así que piensas en ellos y claro que volvería, pero sabemos qué pasará. Y tenemos que pensar en nuestros hijos”, remarca. Por su parte, Hanna Kremenok viajó a Bellvís porque ya lo conocía, ya que había visitado esta zona gracias al programa Niños de Chernóbil, dirigido a menores víctimas del accidente nuclear. Domina el italiano y empieza a defenderse en catalán. “A veces todo parece un sueño. Estamos bien aquí, pero hay familiares y amigos sufriendo. La realidad es muy dura”, explica. “La gente en Bellvís nos ha ayudado. A mi no me gustan las grandes ciudades”. Ambas están pendientes de una aplicación que alerta de bombardeos en Ucrania. “No hay momento en que no estés mirando dónde hay conflictos, con mucho temor de que tu familia esté bien”, apuntaron. Ambas trabajan en el ayuntamiento de Bellvís, contratadas a través de un programa del SOC.

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