La catedral que me gustaría ver en mi ciudad
Desde hace tiempo deseaba saber algunas curiosidades constructivas y ornamentales del templo de la catedral que hay en lo alto de una colina y desde donde se puede vislumbrar toda la ciudad que está a sus pies. Por fin llegó el día esperado. Bien abrigado, ya que era invierno y con espesa niebla, entré por la puerta principal y enseguida me di cuenta de la total desnudez de la iglesia. En total silencio ambiental recorrí toda la longitud de la nave principal hasta llegar al presbiterio, situado a un nivel más alto que la nave que ocupan los fieles, y llegando a él por unos escalones que ocupaban todo lo ancho de ese presbiterio y que forma parte del ábside mayor del Templo.
Igualmente, desde el crucero, me adentré hacia las áreas de los transeptos, que forma una cruz latina con el eje de la nave principal. Los pilares cruciformes principales con semicolumnas adosadas a ellos para apuntalar los arcos formeros son altísimos, finalizando cada semicolumna en un capitel historiado de alto valor artístico. El cimborrio octogonal que cubre el crucero, los rosetones, las capillas, todo era arquitectura en estado puro, donde el románico y el gótico se superponían sin llamar la atención.
Saqué la brújula del bolsillo y comprobé que el eje longitudinal de la nave estaba orientado en riguroso sentido este-oeste, de esta forma la oración litúrgica se podía hacer mirando hacia el sol naciente, orientación clásica en todas las iglesias de la edad media según marcaba el Concilio de Nicea del año 335 e.c.
A continuación, llamó mi atención que entre los motivos vegetales, seres fantásticos, y temas del antiguo y nuevo testamento que había en los capiteles había algunos que me recordaban motivos astronómicos. En uno vi esculpido un cometa con una gran cola, en otro las diferentes fases de la Luna y en cuatro se representaban escenas de las principales constelaciones, en diferentes formas y tamaños. Este hecho me intrigó, y al enterarme de que los trabajos de inicio de aquella iglesia de la catedral fueron un 20 de marzo de 1264, según consta en una lápida situada junto a la puerta de la sacristía del presbiterio, lo entendí todo.
Aquella catedral se inició el mismo día del equinoccio de primavera, es decir, cuando el Sol sale exactamente por el este y culmina justo por el oeste, coincidiendo con la orientación este-oeste de la nave central. Ecuanto al cometa en los capiteles, sin duda se trataría del gran cometa de 1264 (c/1264 N1), visible desde julio hasta septiembre, de larga cola y un brillo que era posible verlo de día. Sin duda el maestro de obras, o en su caso el escultor, quiso dejar constancia de este evento astronómico en el templo.
Por lo que a las constelaciones se refiere, se representaban las del León (Leo), la Osa Mayor y la Menor sobresaliendo la estrella Polar, las 7 estrellas principales de la Corona Boreal, en forma de semiarco y un triángulo formado por 3 estrellas que por su posición sin duda se trataba de Sirio, Proción y Betelgeuse. Todas estas constelaciones se hallaban en capiteles contiguos y justamente eran las que había en el cielo nocturno de la ciudad a primeras horas de la noche del día de la puesta de la primera piedra, un 20 de marzo de 1264. Precisamente las crónicas de la época vinculan la aparición de este cometa con la muerte del papa Urbano IV, quien supuestamente enfermó el mismo día que el cometa fue visto por primera vez y murió en el momento que desapareció del cielo.
Los tres grandes rosetones que vi estaban situados sobre la puerta mayor o principal del oeste, la primera, y las otras dos, en las fachadas del transepto. Las tres eran idénticas, con ocho oberturas cada una y en su centro una esfera simbolizando la Tierra. Estas ocho aberturas llevaron mi pensamiento hacia una de las pinturas, que, con la técnica del fresco, embellecía una pequeña parte del presbiterio. Esta pintura simbolizaba las órbitas concéntricas de los planetas, ideada por Claudio Ptolomeo en el siglo II, donde la Tierra estaba en el centro del universo y alrededor de ella giraban la Luna, Mercurio, Venus, el Sol, Marte, Júpiter, Saturno, dejando para la esfera última el sitio de las estrellas fijas. En total ocho órbitas, que bien podrían simbolizar las ocho aberturas en los rosetones.
La ventana central, de las tres existentes en el presbiterio, dejaba entrar los primeros rayos de luz que, en los dos solsticios del año, iluminaban la cruz que existía sobre el altar mayor, por lo que su intencionalidad era bien evidente.
Algunas marcas de los canteros que vi en los pilares y sillares de piedra simbolizaban lunas crecientes, cruces latinas, estelas funerarias y otras inscripciones esotéricas, y todas ellas ponían de manifiesto la convivencia de las culturas judía, cristiana y musulmana en esa ciudad y en aquella época medieval.
No podía creer todo lo que estaba descubriendo en ese lugar que invita a la meditación trascendental, y que aunque nos separábamos 759 años de su construcción, el arquitecto y maestro de obras de aquella espléndida catedral me envió un mensaje bien claro: Además de gran constructor de catedrales, ¡soy astrónomo!