MEMORIA DE TINTA
90 años del primer crimen de la envenenadora de la Granja d'Escarp
La increíble historia, con final inesperado, de Dolors Coït Vallés
El 2 de abril de 1934 murió la primera de las cinco víctimas
En la casa donde me crie se cometió un asesinato múltiple. Lo descubrí de pequeña, el día que una amiga nos enseñó unos recortes de diarios amarillentos que había encontrado en la buhardilla. La prueba del algodón eran las fotos. La fachada, entonces, estaba igual que en los años treinta, era perfectamente reconocible. Había muchas imágenes. Una macabra mostraba a un niño irreal, acostado encima de una cama que situaba en el piso de abajo —así lo hemos nombrado siempre– donde teníamos trastos. Era como un flashforward de una escena de Los Otros: estaba muerto. Era una de las víctimas, de hecho. Un daño colateral, parece ser. La envenenadora de la Granja d'Escarp, que haría correr ríos de tinta, era una serial killer en versión rural. Mató a la suegra, al marido, a los cuñados y al hijo de la pareja, un bebé. Cinco personas. El primer crimen fue ahora hace 90 años, el 2 de abril de 1934.
Ha pasado cerca de un siglo, pero para las personas mayores todavía es uno de aquellos temas molestos, que todo el mundo sabe, pero nadie habla. Echando un vistazo a la hemeroteca te das cuenta que la Xatola, que así fue conocida la asesina, marcó a un pueblo. Lo estigmatizó. Los diarios de la época hicieron un seguimiento del caso al más puro estilo O.J. Simpson. Sólo hay que poner “envenenadoras” en el Google —el plural es porque la madre fue condenada como cómplice– para comprobarlo.
Decía que me impresionó ver la foto de la criatura muerta, pero también fue sorprendente ver la cola de gente que se alineaba en la calle República del Paraguai para conseguir entrar en la antigua Audiencia y ver el show en directo. Estamos en la República. El juicio se celebra con jurado popular. Consciente de que vivirá sus quince minutos de gloria, la Xatola no decepciona. Cuando la detuvieron parecía una madrina aunque sólo tenía 21 años, pero en la prisión cambia radicalmente: se depila las cejas, adelgaza, se quita el pañuelo de la cabeza, se pinta los labios, se ondula el pelo como una estrella de Hollywood... Los periodistas se enamoran. Y ella se deja querer.
¿Pero quien era Dolors Coït Vallés? ¿Por qué mató a cinco personas? ¿Qué se hizo de ella? Con la perspectiva que sólo da el tiempo se podría responder a la primera pregunta diciendo que era una pobre mujer, a pesar de todo. Pero sabes que eso es injusto. Que todavía hay familiares directos de las víctimas que se ofenderían. Y con razón. Intentamos poner luz a la oscuridad. Literalmente, que de su caso se hizo incluso un Crims radiofónico.
Dolors Coït era una chica menuda y agraciada. Una pizca extraña, en el recuerdo de los vecinos que la conocieron. De bien jovencita había ido a servir a casa del médico del pueblo y cuando a él lo destinaron a Cardedeu se la llevó. Quizás ella se hizo ilusiones y todo se torció. El caso es que cuando el médico se casó, la Xatola volvió a la casilla de salida. De nuevo en la Granja d'Escarp, Dolors Coït también se casó con un chico del pueblo, Constantino Castelló Mariné. Vivían con la madre de él en la calle Diputat Macià, actual calle Mequinensa, junto a la casa del abuelo. Otro escalofrío rompiendo la placidez de mi infancia. El 2 de abril de 1934 Teresa Mariné, suegra de Dolors Coït y madre de Constantino Castelló, murió de una gastroenteritis aguda. Nadie sospechó de esta muerte que ahora sabemos que sería la primera de cinco.
Dolors Coït hizo malhablar porque a duras penas le guardó luto a la suegra. Pero al fin y al cabo tampoco se portaban demasiado bien y la chica se había quedado en estado. La vida seguía. En noviembre nació el primer hijo de la pareja. La alegría duró poco. El 24 de febrero de 1935 Constantino murió con sólo 28 años de una gastroenteritis aguda. Mi abuelo recordaba que no era ninguna hora y Dolors Coït ya alertó a todo el vecindario de que su marido llegaba tarde y que sufría mucho. Según unas versiones el sereno lo fue a buscar y lo encontró muerto en el campo, según otras el marido volvió moribundo a casa y duró pocas horas. “¡Igual que su madre, qué mala suerte!”, se decía en el pueblo.
Ella volvió a casa de los padres, en la calle del Sequer, con la criatura. Las relaciones familiares se complicaron todavía más. Dolors Coït se negaba a pagar la dote a sus cuñados. El 16 de abril de 1935 la Xatola fue a visitarles en su casa de la calle Sant Jaume, la que después sería mi casa. En teoría, con la intención de arreglar las cosas y saldar su deuda. Maria Castelló Mariné estaba en casa con su hijo de meses preparando mostillo, un duelo hecho con aguamiel. Aquella misma tarde, Maria Castelló Mariné, de 24 años, enfermó. Vómitos, dolor de barriga, diarrea...
Otra vez la misma pesadilla. ¿Podía ser una cosa genética? Pero dos días después el marido de Maria, Raimundo Guiu, de 29 años, también se tiene que poner en la cama con los mismos síntomas. El médico del pueblo se da cuenta de que aquello es muy extraño y consulta con el director del Hospital Provincial de Lleida. Los dos están de acuerdo en que la pareja ha sido envenenada con arseniato de sosa, el popular matarratas, y presentan una denuncia en el juzgado de instrucción, que se traslada en comisión judicial al pueblo de la Granja d'Escarp.
La archivista Xus Llavero, que ha estudiado el sumario, explica que la tarde del 21 de abril, cinco días después de que Maria Castelló se pusiera enferma, se constituyó esta comisión judicial. Aquella misma noche la chica muere mientras su marido y su hijo Josep, que todavía no tiene el año, agonizan. El pueblo entra en pánico y la Guardia Civil empieza una investigación. Durante un día y medio interrogan a todo el mundo que ha tenido relación con la familia. Dolors Coït es una de las sospechosas, pero ella se niega a hablar con nadie. Está encerrada en casa de sus padres y dice que se encuentra muy mal, que ella también tiene mucho dolor de barriga. Pero el médico del pueblo la explora y dice que no tiene nada. En medio mueren Raimundo y su hijo. Cinco muertes son muchas muertes.
Todas las miradas apuntan hacia la Xatola, Dolors Coït Vallés, a la única superviviente. El periodista originario de la Granja d'Escarp Ferran Massamunt, que ha hecho un documental sobre el caso, asegura que los vecinos del pueblo tuvieron claro desde un primer momento su culpabilidad y se manifestaron delante de la casa de la calle del Sequer.
Pilar Vallés, madre de Dolors Coït, intenta exculpar a su hija. Dice que la chica sufrió maltratos por parte de su marido y su suegra. La Xatola sabe que todo apunta a que es culpable, de que tarde o temprano la detendrán. Acosada, confiesa los crímenes a su madre i le pide que asuma la culpabilidad, porque ella tiene un hijo pequeño que la necesita. Eso desencadena una fuerte discusión que lo cambia todo. Pilar Vallés se niega en redondo y su hija la intenta asfixiar. La mujer, asustada, se va a buscar a a autoridad y denuncia a Dolors Coït.
Al día siguiente, 26 de abril, la comisión judicial que investiga los hechos exhuma los cuerpos de Constantino Castelló y Teresa Mariné, el marido y la suegra de la acusada, para comprobar si ellos también murieron envenenados como los cuñados y el sobrino. Y las sospechas se confirman. El pueblo la quiere linchar. Ella, según el recuerdo de los que lo vivieron, salió a la ventana, desplegó un pañuelo de bolsillo blanco y dijo: “Tengo la conciencia tan blanca y tan limpia como este pañuelo”. Los ánimos se calentaban por momentos. La Guardia Civil no sabe como llevarse a la mujer del pueblo sin que le hagan daño, pero consigue detenerla y la traslada a la prisión provincial de Lleida, que entonces estaba en Boters, en el espacio que actualmente acoge la delegación de Hacienda.
La Xatola, que así se la empezará a conocer porque tiene lo que las crónicas describen como una nariz “breve”, se convierte en una celebridad. Culpa a las víctimas. No parece sentir ningún remordimiento. De hecho, es entonces, desde la prisión, cuando hace una nueva declaración e inculpa a su madre como cómplice i inductora de los crímenes. Eso, de rebote, condenará a su propio hijo, porque sin familiares directos que se puedan hacer cargo, el pequeño va a la Maternidad de Lleida, donde murió el 20 de marzo de 1936, poco antes de que empiece el juicio. Y forzó el destierro de toda la familia Coït Vallés, que tienen que abandonar la Granja d'Escarp.
“En la Granja d'Escarpe / un crimen ha sucedido / una mujer muy malvada / ha matado a su marido”
El juicio fue todo un espectáculo. La Xatola se contradice una y mil veces. Exculpa a su madre, se desdice. Ejerce de estrella. Lleva ropa sofisticada, hace como se desmaya, pide una butaca para hacer la declaración... Los medios siguen cada detalle de lo que dice y lo que hace. También se contradice a menudo la madre, aunque siempre se declara inocente. El 3 de julio de 1936 se dicta sentencia: treinta años para cada una de las acusadas. Dolors Coït como autora material de los cinco asesinatos y Pilar Vallés como encubridora.
Quince días después de ser sentenciadas empezó la guerra y se abrieron las puertas de la prisión. A las envenenadoras, sin embargo, no las dejaron salir. El caso había levantado demasiada polvareda. Las trasladan a Barcelona, en la prisión Modelo, donde pocos días después también abren puertas y como no las conocían, quedan libres durante toda la guerra. En 1939 las vuelven a detener. A la madre en Almenar, donde se había trasladado la familia. A la hija la arrestan el 5 de diciembre en Barcelona. Las llevan a la prisión de Lleida, donde estarán 6 años. Después, las trasladan a Amorebieta. El 1958 Pilar Vallés quedó libre. Un año después salió de la prisión Dolors Coit Vallés.
Si el karma existe, la Xatola tenía un antídoto, porque rehízo su vida. Se casó con un hombre 16 años más joven que ella y se fue a vivir a Madrid. A la pareja, que no tuvo hijos, les tocó la lotería. Ferran Massamunt consiguió entrevistarla cuando ya era muy viejecita. Le dijo que ella había estado en la prisión porque había sido un preso político. De nuevo mentiras sobre mentiras. Dolors Coït falleció en octubre de 2015, a los 102 años.
De pequeños, mi hermano y yo nos hartamos de invocar a los espíritus de los pobres desgraciados que murieron en casa. En los años setenta las psicofonías eran rutinarias, me temo. Pero nada. La línea del más allá la tenía ocupada Jiménez del Oso. Poco sabíamos que la asesina que todavía estigmatizaba al pueblo entonces tenía una nueva vida en Madrid, que sería tan larga. Esperamos con deleite el documental de Ferran Massamunt para poner punto y final a esta historia.