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Muere Francesc Sapena

Ha sido uno de los grandes penalistas de Lleida durante 50 años

Fue uno de los renovadores de la profesión en la ciudad a partir del mítico Congreso de la Abogacía de León del año 1970

Francesc Sapena es dirigeix als presents durant una festa del Col·legi de l’Advocacia de Lleida.

Francesc Sapena se dirige a los presentes durante una fiesta del Col·legi de l’Advocacia de Lleida. - SEGRE

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Ayer falleció a los 82 años Francesc Sapena Grau, uno de los grandes abogados penalistas de Lleida durante 50 años. Profesor de la UdL, fue uno de los renovadores de la profesión en la ciudad siguiendo los principios del mítico Congreso de la Abogacía de León del año 1970, que empezó a abrir las puertas de la democracia y la libertad.

En ese célebre Congreso se habló, entre otras cosas, de la necesidad de suprimir las jurisdicciones y tribunales especiales, abolir la pena de muerte y conceder una amnistía a los presos políticos del franquismo. Eran exigencias muy atrevidas para plantearlas cinco años antes de la muerte del dictador. Entre los jóvenes y valientes abogados que las plantearon estaba Francesc Sapena Grau, que acababa de abrir en Lleida uno de los despachos que habrían de revolucionar la abogacía en la ciudad, con un concepto menos personalista y más multidisciplinar y especializado. En esos despachos se celebraron un sinfín de reuniones con políticos y entidades sociales durante la Transición.

En el bufete Sapena Soler Borràs, ubicado en la primera planta del edificio rosa de Rambla Ferran/Democràcia, en cuyos bajos hubo una oficina de la Caixa y ahora hay una de Ikea, se respiraba el espíritu del Congreso de León nada más entrar. Cuando pedías por Sapena te llevaban a una sala de espera en la que había en la pared, con grandes letras, la Declaración Universal de los Derechos Humanos. La necesidad de anudar los principios de la Justicia con esa Declaración fue la razón de ser del congreso leonés, que pretendía implantar en España, con dos décadas de retraso, los derechos humanos reconocidos en el resto de Europa al finalizar la Segunda Guerra Mundial salvo en Portugal y Grecia. Cuando Francesc Sapena, Paco, te llevaba a su despacho seguías respirando el mismo espíritu. Sobre la mesa, junto a publicaciones jurídicas, la revista El Ciervo. Toda una declaración de principios porque se trata de una revista cultural cristiana nacida en 1951 en la que ya en esos años de dictadura se daba cabida a católicos progresistas y hasta comunistas (lo sigue haciendo hoy). De fondo, música de Bach o de Händel que solía acompañar a este abogado melómano que fue uno de los impulsores del Festival de Música de Rialp, localidad pallaresa en la que tenía segunda residencia. 

Profesor universitario desde 1969, primero en la Universidad de Barcelona y después en la de Lleida, y uno de los impulsores de la Escuela de Práctica Jurídica del Col.legi de l’Advocacia de Lleida, tenía una gran perspicacia para ubicar los hechos que le planteaba un cliente en un tipo penal y destacaba sobre todo en la parte final de los juicios, aquella en la que un abogado debe ser persuasivo. El cliente casi siempre quedaba contento porque Sapena comenzaba la causa muy bien y la acababa mejor. 

Siempre llevó los principios del congreso leonés en las venas, por ejemplo en la invocación en el régimen penitenciario de las reglas de tratamiento de reclusos de Naciones Unidas, una filosofía que intentó aplicar toda su vida en el trabajo diario y, a nivel académico, con la publicación de tratados de referencia sobre el régimen penitenciario como el que firmó junto a sus colegas Josep Maria Tamarit y Ramon Garcia Albero cuando entró en vigor la reforma del Código Penal de 1995.

Sapena intervino en la mayoría de casos mediáticos de Lleida durante décadas: el de la revista La Higiènica (en la que se publicó en 1981 un poema supuestamente irrespetuoso con la religión católica), el de El Vaquilla (un famosísimo delincuente que se fugó de la cárcel de Lleida), el del doble crimen de Torà, el del crimen de Tor, el del asesino en serie Gilberto Chamba, el de la peste porcina clásica o, más allá del ámbito penal, el de las obras de arte del Museu de Lleida reclamadas por Aragón. También defendió a muchos políticos imputados. 

Además de por su excelencia profesional, Sapena destacaba por su infinita curiosidad y eran frecuentes sus llamadas a personas de confianza en la redacción de SEGRE los sábados por la tarde no con la intención de pasar información o preguntar por temas concretos, sino simplemente de comentar la actualidad local y general sin más objetivo que el de disfrutar del arte de la conversación, una de sus aficiones favoritas, que dominaba como pocos salvo cuando hablaba del Espanyol. No es de extrañar, por este motivo, que Sapena sea una de las personas que ha facilitado más textos a la sección Privado de este diario. Por su curiosidad y porque tenía una gran capacidad de sacarle el lado divertido a todas las cosas.

Dani Ibars, uno de los grandes penalistas actuales de Lleida, compañero de Sapena durante muchos años en la UdL y en el despacho, describió ayer su figura con estas palabras a este diario: “Persona vital, gran profesional. El Penalista con mayúsculas. Referente de muchos abogados. Un padre putativo para mí. Vivió como si estuviera permanentemente en una obra de teatro, dirigida también por él. Ahora empiezo a notar su ausencia. Descanse en paz” Descanse en paz, sí, este hombre que creía que en las facultades de Derecho debería hacerse más formación teatral. Él mismo dirigió una compañía en sus años universitarios y llegó a dudar entre dedicarse a la abogacía o a la interpretación. Quizás Billy Wilder perdió a un gran protagonista, pero Lleida ganó a un letrado que en sus alegatos finales en los juicios declamaba con la convicción de un actor shakespeariano y casi siempre se llevaba el gato al agua porque sabía adornar su sabiduría con el magnético excipiente de la naturalidad.

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