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Llamar "gilipollas" una vez al jefe no es motivo de despido, según un juez

Fachada del Tribunal Superior de Justicia de Madrid (TSJM).EFE/Mariscal

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Redacció

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El Tribunal Superior de Justicia de Madrid (TSJM) ha confirmado que llamar "gilipollas" a un superior no constituye motivo de despido disciplinario, siempre y cuando se trate de un insulto "concreto y aislado" en un contexto determinado. 

Esto se desprende de una sentencia emitida por la Sección Primera de lo Social del TSJM, que desestimó el recurso de súplica de una empresa contra la decisión del Juzgado de lo Social 31 de Madrid. El caso involucra a un empleado despedido por insultar a un superior al negarse a quedarse a una reunión después de su turno laboral. La sentencia del TSJM confirma que, aunque el insulto fue una clara ofensa verbal, fue un hecho aislado y concreto. 

Además, se tuvieron en cuenta las circunstancias objetivas y subjetivas, como la urgencia personal del empleado al finalizar su jornada laboral. En consecuencia, se consideró que el despido no fue justificado, y se ordenó la readmisión del trabajador o una compensación económica.

Dos historias para explicar el origen del insulto 'gilipollas'

Aunque gilipollas es uno de los insultos más utilizados hoy en día, su origen se remonta hasta el siglo XVII. Existen dos versiones de su origen. 
Según la primera de estas dos historias, Baltasar Gil Imón de la Mota tenía tres hijas que llegaron a ser amonestadas e incluso amenazadas de ser apresadas al pasearse por el salón del Prado con ropas poco recatadas. Como castigo, su padre les obligó a vestir con hábitos de monja hasta el último de sus días. La historia se hizo tan famosa que cada vez que la familia asistía a algún acto social, los presentes decían que habían llegado 'Gil y sus pollas' (antiguamente  a los más jóvenes se les conocía como pollos y a las mujeres como pollas). Este episodio coincidió con la época en la que el señor Gil buscaba marido para sus 'pollas', con escaso éxito, por lo que la sociedad comenzó a utilizar este término para referirse a esas personas que no eran demasiado avispadas por las dificultades de Baltasar para encontrarle pareja a sus hijas.

La segunda de estas historias cuenta que las hijas de Baltasar eran conocidas como las "gilimonas" debido a su belleza y, como en la primera versión, accedieron al Salón del Prado con ropa poco recatada, provocando un gran revuelo entre los presentes. Como castigo, el rey las obligó a vestir con los hábitos de las Madres Mercenarias y a pasear a diario con un cartel en el pecho en el que pedían disculpas por haber incumplido la ley. Dado que Baltasar Gil Imón no fue capaz de evitar que sus hijas acudieran de esta guisa al evento, la sociedad comenzó a hablar sobre la historia de 'Gil y sus pollas' como la historia de alguien que no pudo "controlar" a sus hijas. A partir de entonces el término comenzó a evolucionar hasta quedarse con el "gilipollas" de hoy en día.

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