SEGRE

LLEIDA

De brujas, brujos y otras hierbas

Taller en la Granja Pifarré para descubrir cómo utilizar las plantas con propiedades curativas típicas de Sant Joan

Una treintena de participantes preparan una 'Farmaciola de Pagès'

Foto de família dels participants en el taller ‘Farmaciola de Pagès’, que va tenir lloc el cap de setmana.

Foto de familia de los participantes en el taller ‘Farmaciola de Pagès’, que tuvo lugar el fin de semana. - MRV

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MARIA RIBES VILÀ

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“Ahora saldremos a recoger las plantas para hacer los remedios, pero ya os aviso que la naturaleza va a su bola y este año la planta de Sant Joan ya ha florecido hace días”. Joan Pifarré se dirige a más de treinta intrépidos aprendices de alquimistas que, superando todas las previsiones, han acudido a la cita con gorro, zapatillas y botellita de agua.

Empezamos la caminata hacia la sierra de Canelles, dicha así porque siempre ha crecido cañas pequeñas –la literalidad de los catalanes es fascinante–en busca del apreciado hipérico, como Astérix se adentraba por los bosques más inhóspitos y lejanos para encontrar el ingrediente secreto de la poción mágica. –“Hipérico?” pregunta alguien. “Es la flor de Sant Joan porque florece por Sant Joan”. La literalidad, de nuevo. Encontramos alguna, en segunda floración, que los niños guardan delicadamente en el sombrero de paja, que hace de improvisada bolsa.Al otro lado de la acequia nuestro guía señala matorrales de malva –¿por qué se llamará malva la malva?– que, secados los pétalos y con infusión es un excelente digestivo y baja la febrícula. Hinojo, romero, esparto –que ya los romanos utilizaban para hacer cuerdas resistentes– timón, romero, saúco, las hojas de fresno o la manzanilla. Las vamos recogiendo delicadamente mientras escuchamos las propiedades curativas de cada una. “Los remedios naturales son sabiduría heredada de nuestras abuelas que, a su vez, habían aprendido de sus abuelas.. no estamos descubriendo nada”.El calor es soportable, pero el sol pica y emprendemos el camino de regreso. Un milano real sobrevuela el grupo. Nuestro maestro nos explica que el ave ha vuelto recientemente a estas latitudes, buscando zorros. Impresiona su vuelo bajo y majestuoso, alas extendidas recortadas en un cielo azulísimo. Llegamos a la granja y recibe la comitiva un alegre Ideadix de cuarenta kilos. Los alquimistas impacientes ocupamos pequeñas sillas y mesas –somos de repente la clase de P5 Brujas y Brujos de una escuela– dispuestas en la reconfortante sombra de Lo Corral. Sentaditos, maceramos arqueta y caléndula con aceite de oliva, con la promesa de dejarlo a sol y serena durante cuarenta días, hacemos bolsitas de infusión de lavanda y romero, calentamos cera, miel y aceite al baño maría, de donde sale un protector labial que más de un aprendiz ya se aplica. Nos apresuramos felices a hacer la foto de familia, cada uno con su caja-botiquín que hemos pintado de verde con hojas de menta. Los dedos, perfumados de campo y verano. Somos alquimistas de baja graduación, orgullosos de nuestras primeras creaciones. Joan se sube a una silla con el móvil y, justo antes de disparar, alguien grita: “¡Pifarreeeeé!” y todos reímos, conscientes de haber regresado al pasado para poner remedio(s) al futuro que, tarde o temprano, llega. Literalmente.

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