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Este año cumplo los 40. Soy hijo de los hombres y mujeres que han hecho esta tierra, Lleida, Ponent o como la queramos llamar. Hijo de los hombres y mujeres que tenían trabajos de lo que mal llamamos poco cualificados, de gente de campo, de granjas, de palés, palots y sacos de cemento para arriba y para abajo. Los de mi generación lo hemos visto y vivido, y por eso nos han y hemos procurado trabajos de lo que mal llamamos cualificados. Nuestra generación somos maestros, bomberos y publicistas en busca de mantener esta clase social del ir tirando, a costa de trabajar menos y con mejores condiciones de las que hemos visto en nuestras casas. Hablo de granjas.

Una de mis grandes amistades ha seguido la estela de casa y ha vivido y trabajado en las granjas. Una vida dedicada a la granja. Horas intempestivas, toda la semana, sábados y domingos, al volver del Big Ben y de la Wonder, a punto para ponerse el mono azul. Horas y horas que se sacaban de donde se podían, con la conciliación vital en constante inexistencia y a seguir pagando impuestos, seguir adaptando e invirtiendo en las granjas para adaptarse a las normativas animales de cada época. Si eso lo ven sus hijos, que lo verán, probablemente se procurarán trabajos menos duros.

Y aquí está donde entra la innovación. Como la que presentamos al reportaje central de este número. Se trata de Nealia, una spin-off de Vall Companys que se dedica a automatizar las granjas. Hacerlas más fáciles y más controlables desde cualquier lugar, con un teléfono móvil en el bolsillo. La vida es esfuerzo, trabajo y orgullo. Pero si alguien nos la facilita un poco no le diremos que no. Poder retornar al trabajo de nuestros padres y madres.

Y, por favor, no hablemos de trabajos poco cualificados. Si no pedís a los de las cualificadas que os distinga un destornillador plano de unos alicates o una llave inglesa. Yo lo llamaría más bien pericia y conocimiento.

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